1 de julio de 2014

Cincuenta paisajes

Como una de las formas más antiguas y populares de pintura, la historia de la pintura de paisaje es fascinante y en ocasiones mal conocida. Como homenaje a esta gran tradición, Ostáriz Art Gallery ha seleccionado 50 paisajes de diferentes épocas y culturas.

Mostradas en orden cronológico, las obras incluídas en este recorrido virtual ofrecen una exploración en profundidad de las dos grandes tradiciones -occidental y oriental- de la pintura de paisaje.

El recorrido no pretende ser una muestra de los 50 mejores paisajes jamás creados. Se trata de encontrar un equilibrio entre Occidente y Oriente, entre pintura antigua y moderna.

El recorrido se inicia con un fresco minoico del segundo milenio a.c., y termina con una obra de Gerhard Richter del año 2005. Muestra 26 obras de artistas europeos, 16 de pintores asiáticos, 7 de artistas americanos y una obra de un pintor australiano.






Fresco de la Primavera Autor/es desconocido/s c.1550 – 1500 a.c. Pintura al fresco. Pared central: 250x260 cm. Paredes laterales: 250x222 y 250x188 cm. Museo Arqueológico, Atenas

El yacimiento de Acrotiri, en la espectacular isla de Santorini, es una de las joyas de la civilización minoica. Una erupción volcánica a mediados del II milenio a.c. sepultó la ciudad, permitiendo que varios frescos de excepcional importancia llegasen hasta nuestros días en un magnífico estado de conservación. Entre ellos destacan el llamado “fresco de los antílopes”, el “fresco de los boxeadores”, el impresionante “fresco de los barcos”, y quizás el más bello de todos ellos, el “fresco de la primavera”.

Éste último ocupaba tres paredes de una sala del “sector Delta” del yacimiento, siendo el único “tríptico” hallado en todo el yacimiento. Es una obra de arte excepcional, que muestra un paisaje rocoso de vivos colores salpicado de matas de lirios en flor, y sobrevolado por golondrinas pintadas con una notable precisión.

La composición aparentemente simple encierra elementos de gran interés. Como se explica en la página web de la Thera Foundation, algunos críticos románticos quisieron ver en la pareja de golondrinas situada en la parte central del fresco la imagen de dos aves besándose, pero los ornitólogos modernos apuntan a que probablemente se trate de dos machos peleando. Los lirios en flor que dominan la composición nos ayudan a imaginar el paisaje de la volcánica Santorini antes de la erupción.

Aunque para un observador de hoy en día, acostumbrado a los magníficos paisajes de la pintura moderna, la contemplación de este fresco minoico pueda resultar monótona e incluso aburrida, debe tenerse en cuenta el excepcional hito artístico que éste representa: quizás por primera vez en la historia del arte, un artista decidió mirar a su alrededor a crear arte a partir de la belleza del paisaje que le rodeaba.


Paisaje de la Odisea Autor/es desconocido/s c.60-40 a.c. Pintura al fresco. Altura: 180 cm. Museos Vaticanos

El desarrollo del paisaje fue una de las principales innovaciones de la pintura romana con respecto a la griega. Lamentablemente, pocos ejemplos de este género han llegado a nuestros días, destacando un fresco encontrado en la Villa Boscotrecase de Pompeya, y, sobre todo, los “Paisajes de la Odisea”, hallados en 1848 en una casa de la colina del Esquilino, en Roma.

Estos paisajes son un claro ejemplo del llamado “Segundo estilo” o “Estilo arquitectónico”, en el que se añaden elementos arquitectónicos pintados (en este caso las dos columnas laterales), convirtiendo así las pinturas en “ventanas” a un mundo imaginario. Es notable la sensación de profundidad lograda en la pintura, teniendo en cuenta que la idea de perspectiva no se desarrollaría hasta 1.500 años después. Para lograr esta sensación, el artista ha optado por difuminar las formas y colores en las partes de la composición más “lejanas” al observador.

El ejemplo ilustrado aquí es particularmente notable por la precisión con la que se han pintado las figuras humanas y animales. Otros frescos de la serie, como “Los Lestrigones lanzando rocas a Odiseo” o “La huída de Odiseo”, son espectaculares paisajes marinos en los que la sensación de profundidad es incluso mayor. En conjunto, los “Paisajes de la Odisea” son una obra cumbre del arte romano y de la pintura de paisajes de todos los tiempos.




Ninfa del Río Luo, Gu Kaizhi (China, c.344-406) c.400 Tinta sobre seda, 21.7 cm x 572.8 cm Museo Nacional, Taipei (Taiwan)

"Mirándola desde la distancia
Brillante como el sol
Sobre las nubes rosas del amanecer"
- Extracto del “Luo Shen Fu” del poeta Cao Zhi

Gu Kaizhi es considerado a menudo como el creador de la pintura tradicional china. Pintor, poeta y calígrafo, escribió tres libros sobre teoría de la pintura que marcaron profundamente la pintura china de los siglos posteriores. En cuanto a sus obras pictóricas, sobreviven tres, que han llegado a nosotros gracias a copias: “Las Mujeres Sabias y Benevolentes”, la espectacular “Admoniciones de las Institutrices del Palacio de las Damas” que se conserva en el Museo Británico, y la poética “Ninfa del Río Luo”, mostrada aquí.

“La Ninfa del Río Luo”, de la que se conservan tres copias en Taipei, Liaoning y Washington, ilustra un poema Cao Zhi, uno de los más notables poetas de la dinastía Han. Al igual que las otras dos obras de Kaizhi que han sobrevivido se trata de un rollo que debe “leerse” en sentido horizontal, mostrando la historia de amor entre el poeta y la ninfa del río, desde su encuentro hasta su despedida.

Aunque las tres copias que han sobrevivido presentan algunas diferencias de estilo, el análisis de las tres permiten hacernos la idea de una obra de gran sensibilidad, en la que las delicadas figuras parecen flotar en medio del bello paisaje fluvial.




El viaje del Emperador Ming Huang a Shu, Li Zhaodao (China, c.675-c.750) c.720-750 Tinta sobre seda, 55.9-81 cm. Museo Nacional, Taipei (Taiwan)

Después de que los artistas de las Seis Dinastías (220-618 d.c.) como Xie He o el ya mencionado Gu Kaizhi sentaran las bases, los pintores de la dinastía Tang (618-907 d.c.) formaron la primera era dorada de la pintura china, en la que el paisaje fue un elemento fundamental.

Durante este periodo surgieron dos “estilos” principales. Uno de ellos es la pintura “de tinta y aguada”, que tuvo en Wang Wei a su principal exponente. A la vez, surge el qinglu o pintura de “paisaje verde y azul”, en la que la figura más conocida es Li Zhaodao, a quien se atribuye la importante pintura “El viaje del Emperador Ming Huang a Shu”, que ha llegado a nuestros días a través de tres copias, la más famosa de las cuales, creada alrededor del siglo XI, se conserva en el Museo Nacional de Taipei.

“El viaje del Emperador Ming Huang a Shu” es, en efecto, un paisaje de tonos verdes y azules, conseguidos mediante el uso de la azurita y la malaquita verde. La parte inferior de la composición muestra un paisaje “amable” dominado a partes iguales por la vegetación y las figuras de los jinetes. Sobre ellas aparecen las impresionantes siluetas de las montañas, algunas de ellas surgiendo de la niebla, un elemento típico de la pintura china de los siglos posteriores.

El emperador Ming Huang fue el séptimo y más longevo emperador de la dinastía Tang, manteniéndose en el poder desde el año 712 d.c. hasta el 756 d.c. En su reinado tuvo lugar el periodo Kaiyuan, considerado como uno de los puntos álgidos de la historia antigua de China. Pero en esta pintura, ni siquiera este importante personaje puede competir con la fuerza del paisaje, protagonista absoluto de la composición.



Templo solitario, Li Cheng (China, 919 - 967) c.960 Tinta sobre seda, 111.76 x 55.88 cm. Nelson-Atkins Museum of Art, Kansas City

Durante la dinastía Song (960–1279) el shan shui (pintura china de paisajes) alcanzó un desarrollo excepcional. La idea taoísta de que el ser humano no es más que una minúscula presencia en medio de la inmensidad del Cosmos inspiró a los pintores de la época, especialmente durante el periodo Song del Norte (960-1127). Es tal la cantidad y calidad de los paisajes de este periodo que éste debería considerarse como una de las épocas doradas de la pintura de paisajes de todos los tiempos, junto al impresionismo o el paisajismo holandés del siglo XVII.

Durante este periodo, los nuevos emperadores se interesan por la expresión artística y comienza un nuevo mecenazgo. Por otro lado, la popularización del rollo vertical permite nuevos avances en la representación del paisaje y los elementos naturales, y la investigación de los efectos espaciales y volumétricos.

Esta obra de Li Cheng es una buena muestra de todo esto. El templo budista se ha representado desde una distancia considerable que permita apreciar la grandiosidad del paisaje montañoso circundante. La evidente verticalidad se ve enfatizada por las tres poderosas cataratas que rodean el templo y alimentan el caudaloso río que dos hombres se disponen a cruzar por el pequeño puente, representado con un naturalismo excepcional. La composición es una verdadera obra maestra, y su pequeño formato no le resta fuerza ni efectividad.



Viajeros entre montañas y torrentes, Fan Kuan (China, c.990–1020) c.1010-20 Tinta sobre seda, 206.3 x 103.3 cm. Museo Nacional, Taipei (Taiwan)

En el éxtasis artístico que supuso la Dinastía Song surgieron tres pintores extraordinarios que fueron conocidos como “los tres pintores rivales”. El primero de ellos fue el ya mencionado Li Cheng (ver obra anterior). Contemporáneo suyo es Guan Tong, maestro de la técnica “Fu Pi Cun” con la que representaba con maestría las formas angulares de las montañas. El más joven de los tres es Fan Kuan. De este último se conocen muy pocos datos biográficos, y pocas obras suyas han llegado han llegado hasta nuestros días, pero una de ellas, “Viajeros entre montañas y torrentes”, es verdaderamente excepcional.

La composición está dominada por una imponente montaña, una mole rocosa que ocupa prácticamente las dos terceras partes de la escena. Además de por su impresionante presencia, la montaña destaca por la simpleza con la que está pintada: tan solo la catarata destaca en medio de la superficie casi uniforme de la roca. En cambio, en el tercio inferior de la composición se concentran los detalles: desde el templo que aparece justo debajo de la catarata hasta el personaje apenas visible en la esquina inferior derecha –que la página web del Museo Nacional de Taipéi identifica como un autorretrato del artista- que bordea el río acompañado por un grupo de mulas.

“Viajeros entre montañas y torrentes” no representa un lugar concreto de china, sino que es un paisaje idealizado, testamento de la magnificencia de la naturaleza y la insignificancia del ser humano comparado con ella.



Comienzos de primavera, Guo Xi (China, c.1020–1090) c.1070 Tinta sobre seda, 158.3 x 108.1 cm. Museo del Palacio Nacional, Pekín

Guo Xi es uno de los grandes nombres de la cultura de la dinastía Song. Nacido y criado en la provincia de Henan, Xi fue un hombre de formación extraordinaria, oficial de corte, un teórico de la pintura cuyo libro “El poderoso mensaje del bosque y los ríos” influiría en varias generaciones de pintores. Y ante todo fue un sobresaliente pintor, autor de obras como “Profundo Valle”, “Río de otoño” o la maravillosa “Comienzos de primavera” ilustrada aquí.

“Comienzos de primavera” es la quintaesencia de la pintura de la dinastía Song. Al contrario que el “Viajeros entre montañas y torrentes” de Fan Kuan (ver obra anterior), esta obra no impresiona por su potencia sino por la complejidad de su composición y su riqueza en detalles. Xi desarrolló una técnica innovadora, llamada “Perspectiva Flotante” o “Ángulo de la Totalidad”, con la que el artista consigue representar múltiples perspectivas dentro de una misma pintura. Esto es un avance excepcional que la pintura occidental tardaría muchos siglos en desarrollar.

Xi fue también un meticuloso dibujante, lo que se pone de manifiesto en la cuidada representación de los árboles y el templo situado sobre la pequeña cascada en la parte derecha de la tela. Aunque resultan difíciles de ver a primera vista, el paisaje está salpicado de figuras humanas, desde viajeros que se dirigen al templo hasta los pastores y pescadores de la parte inferior de la pintura.



Bailando y cantando también llamado "campesinos volviendo del trabajo" Ma Yuan (China, c.1160-1225) c.1200 Tinta sobre seda, 192.5 × 111 cm. Museo del Palacio Nacional, Pekín


Nativo de la ciudad conocida hoy como Hangzhou, Ma Yuan (c.1160-1225) no es tan solo el gran maestro de la pintura del periodo Song del Sur, sino que la calidad de su dibujo y lo variado de sus composiciones lo colocan en la cumbre de la pintura china de cualquier era.

Pintor de corte del Emperador Guangzong, Ma Yuan provenía de una familia de pintores desde finales del periodo Song del Norte, y por ello sus obras reúnen lo mejor de los dos periodos de la dinastía Song (Norte y Sur). La grandilocuencia de los grandes paisajes del periodo Song del norte está presente en sus representaciones de las altas y rocosas montañas, como en su “contemplando la luna” o en la obra ilustrada aquí. Pero además presta una atención a los detalles típica de las obras del periodo Song del sur, creando además obras de carácter intimista como “Pescador en un lago invernal” o la sensacional “Paseo por el sendero de una montaña en primavera”, escogida para las 50 obras maestras de la pintura según Ostáriz Art Gallery.

“Bailando y cantando” continúa la tradición de los paisajes verticales de los maestros de la temprana dinastía Song, pero el estilo personal de Ma Yuan es evidente en los trazos firmes y precisos con los que se representan las siluetas de las montañas y, especialmente, la gruesa rama del árbol en la parte inferior de la composición. Aunque en esta obra Ma Yuan no ha recurrido a su característica “composición en esquina” (evidente en “Paseo por el sendero de una montaña en primavera”), el vacío también forma parte de la composición.


Alegoría del Buen y del Mal Gobierno también llamado "Efectos del buen gobierno en el campo" Ambrogio Lorenzetti (Italia, c.1290-1348) 1338-1340 Frescos en el Palacio Público de Siena, Italia

Tras la caída del Imperio Romano, la pintura de paisaje no tuvo ninguna relevancia en el mundo occidental durante la Edad Media. Entre el siglo XIII y el XIV, el impulso naturalista del gran Giotto di Bondone (de quien se cuenta que se inició en el arte dibujando con tiza ovejas sobre las rocas) comienza poco a poco a introducir el paisaje en la pintura, como puede apreciarse en sus frescos de “La huída a Egipto” o “Joaquín entre los pastores”.

Ambrogio Lorenzetti es uno de los pintores más fascinantes del trecento, a pesar de lo cual su figura se ha visto un tanto oscurecida por “los cuatro grandes” pintores de su era: Cimabue, Giotto, Duccio y Simone Martini. Este último fue su maestro, y de él recoge su gusto por el detalle y dominio del color, heredados de los miniaturistas de la época, pero dotando a sus pinturas de una mayor naturalidad.

Los frescos que Ambrogio Lorenzetti pintó en el Palacio Público de Siena son una de las primeras obras maestras de la pintura europea. Son propagandísticas “alegorías del buen y del mal gobierno”, un homenaje a los güelfos, dispuestos de tal manera que el espectador observa primero los devastadores efectos de un mal gobierno en el campo y la ciudad, para luego aliviarse con el progreso y el bienestar que el buen gobierno les proporcionará. Curiosamente, los frescos “del mal gobierno” han resultado más dañados por el paso del tiempo que los “del buen gobierno”, lo que aumenta el contraste en la escena.

Aunque la obra todavía no presenta la técnica de la perspectiva (no desarrollada hasta un siglo después), en esta pintura existe un evidente esfuerzo por crear una sensación de profundidad, reduciendo el tamaño y los detalles de las figuras (humanas, arbóreas o arquitectónicas) mas “alejadas” del espectador.



Secuestro de Zal por el Simurgh también conocido como "El Simurgh llevando a Zal a su nido en el Monte Damavand" Del álbum Sarai de Tabriz, escuela de Tabriz (Persia) c.1370 Miniatura, Museo del Palacio de Topkapi

Los orígenes de la miniatura persa son difíciles de establecer, pero la mayoría de los historiadores están de acuerdo en que su “edad de oro” se alcanzó entre los siglos XIII y XVI. Durante el Imperio Mongol, los dirigentes llevaron a Persia a artistas procedentes de China, introduciendo varios avances como la miniatura en formato vertical. De las mismas influencias surge la presencia habitual en las miniaturas de animales legendarios, como dragones o buraqs.

Esta potente miniatura es un buen ejemplo de todos estos avances. El simurgh, criatura mitológica con forma de ave gigante, lleva al legendario guerrero Zal a su nido en el Monte Damavand (el pico más alto del actual Irán). A pesar de los brillantes colores de la cola del simurgh, resulta difícil no separar la vista del paisaje. Es evidente que el artista ha primado la expresividad sobre la naturalidad, pese a lo cual los árboles del primer plano presentan una notable atención a los detalles.

A destacar que aunque el paisajismo nunca formó parte del repertorio principal de los miniaturistas persas, esta miniatura pertenece a un álbum que también contiene otros paisajes interesantes, como “Isfandiyar luchando con los lobos”.


Hombre cogiendo un pez-gato, Taikō Josetsu (Japón, c.1350-1423) c.1413 Tinta sobre papel, 111.5 × 75.8 cm Templo Myōshin-ji, Kyoto, Japón

A Taikō Josetsu se le considera habitualmente como el padre de la pintura japonesa. Inmigrante chino, llegó a Japón hacia 1370, e introdujo en el país el arte de los grandes pintores chinos de la era. Además, fue maestro de varios pintores japoneses de su tiempo, como Tenshō Shūbun.

“Hombre pescando un pez-gato” es la obra más famosa de Josetsu. La adorable pintura, declarada Tesoro Nacional en Japón- muestra a un hombre que se esfuerza en atrapar a un escurridizo pez-gato con una calabaza. La cómica escena fue encargada por el shogun Ashikaga Yoshimochi (1386-1428), aunque se ignora si su mensaje es meramente humorístico o por el contrario pretende inspirar alguna reflexión más profunda.

El paisaje fluvial muestra claramente la influencia de los grandes pintores chinos como Ma Yuan. Al igual que en la pintura china, los protagonistas del paisaje son las montañas y los torrentes. Aún más característico es el hecho de concentrar los detalles en una parte muy concreta de la pintura. La precisión y el detalle con los que Josetsu ha pintado los brotes de bambú o incluso los bordes del río contrastan con el toque inconcluso de las montañas del fondo de la composición, tapadas parcialmente por la niebla, como ocurre en los grandes paisajes de la Dinastía Song.



Haboku-Sansui (paisaje con tinta rota), Sesshū Tōyō (Japón, 1420-1506) c.1495 Tinta sobre tela, 148.6 × 32.7 cm Museo Nacional, Tokio

Sesshū Tōyō es uno de los grandes maestros de la pintura japonesa. Nacido en el seno de una importante familia de samuráis, fue educado para llegar a ser monje budista zen, lo que logró a los 11 años. Pero en lo que realmente destacó desde niño fue en la pintura, recibiendo clases de Tenshō Shūbun (quien había sido alumno del gran Taikō Josetsu). Además, viajó durante dos años a China, donde entró en contacto con los grandes paisajistas chinos de su época.

Su popularidad, aún en vida, fue enorme, y multitud de sus discípulos usaron firmaron sus propias obras con el nombre de Sesshū, lo que dificulta la atribución de algunas obras. No obstante, se han confirmado como auténticas del maestro seis pinturas (todas ellas declaradas Tesoro Nacional en Japón), siendo la más famosa de ellas el Sansui chōkan (Rollo del largo paisaje), un colosal rollo de unos 15 metros de largo, que muestra un paisaje durante las 4 estaciones del año.

Pero quizás la obra más audaz de las que se atribuyen con certeza a Sesshū Tōyō sea el rollo vertical conocido como “Haboku-Sansui”. Este paisaje está pintado con la técnica conocida como “tinta rota” o “tinta derramada”, un método que permite crear obras de gran libertad y espontaneidad, así como un muy notable grado de abstracción de las formas. Con su magistral uso de la tinta, de la que “Haboku-Sansui” es un sensacional ejemplo, Sesshū logra crear un estilo pictórico propiamente japonés que sería continuado por los pintores nipones durante los siglos siguientes.




Alta Montaña, Shen Zhou (China, 1427-1509) c.1480 Tinta sobre seda, 193.8 x 98.1 cm. Museo Nacional, Taipei (Taiwan)

Tras los logros alcanzados por los artistas de la dinastía Song, los artistas de la dinastía Ming continuaron el avance de la pintura china, refinando la técnica y mejorando el colorido. Entre ellos destacaron los llamados “cuatro maestros de la dinastía Ming”: Shen Zhou (1427-1509), Tang Yin (1470-1524), Wen Zhengming (1470–1559) y Qiu Ying (c. 1495-1552).

El primero de ellos, y posiblemente el más importante, fue Shen Zhou, fundador de la llamada “Escuela Wu”. Esta “escuela” apostaba por un estilo más libre, frente a la llamada “Escuela Zhe”, que pretendía recuperar el estilo de la dinastía Song del Sur.

Sin embargo, a pesar de este componente “revolucionario”, Shen Zhou conocía y admiraba las obras de los grandes artistas de la dinastía Song, y sus obras más famosas, como “Poeta en lo alto de una montaña” o “Alta montaña” muestran claras influencias de éstos, en especial de Ma Yuan.

A pesar de su gran tamaño (casi dos metros de alto), “Alta montaña” destaca por su meticulosidad y la riqueza de su colorido. La precisión en el dibujo de los árboles y el pequeño (y aparentemente peligroso) puente que cruza el río es notable. Como en otras obras del artista, la pintura va acompañada por un breve poema y una lista de los sucesivos propietarios de la obra.




Vista de Arco, Alberto Durero (Alemania, 1471-1528) 1495 Acuarela sobre papel, 22.1- 22.1 cm. Paris, Museo del Louvre.

Cuando se habla de los pioneros de la pintura de paisajes en occidente, suelen aparecer de forma inevitable los nombres de Joachim Patinir y Albrecht Altdorfer, olvidando que, años antes, el gran Alberto Durero ya había creado paisajes de una calidad extraordinaria. ¿A que se debe este “olvido”? La explicación más lógica podría ser que la técnica de la acuarela, con la que Durero creó sus paisajes, ha sido siempre un poco menospreciada en comparación con el óleo. Otra posible explicación es que el propio Durero parece menospreciar el género del paisaje al no firmar sus extraordinarias acuarelas de paisajes. Y por último debemos tener el cuenta que el gran Durero, el Leonardo del Norte, nos dejó un legado artístico tan completo y extraordinario que calificarlo como “paisajista” sería hacer mención a tan solo una muy pequeña parte de su contribución a la pintura europea.

Como gran genio del Renacimiento, Durero se sentía atraído por la naturaleza que le rodeaba. Este interés lo llevó a estudiar con detenimiento y dibujar con increíble precisión figuras de animales (como “La joven liebre”, pintada en 1502) y plantas (“Gran mata de hierba”, 1503). Además, se conservan varias acuarelas realizadas en su regreso de su viaje a Italia en 1494-95 cuyo único tema es el paisaje. Entre estas, la más famosa es “Vista de Arco”.

“Vista de Arco” es una representación muy precisa de la localidad de Arco, en el norte de Italia. Durero ha usado una iluminación uniforme, sin ningún efecto atmosférico, centrando todos sus esfuerzos en la representación de la montaña, la naturaleza y la arquitectura. A pesar de su pequeño tamaño, la acuarela posee una cierta monumentalidad.

Al igual que otras acuarelas de Durero, como su “Estanque en el bosque” (1496) o su “Vista de Kalchreut” (1511), “Vista de Arco” es una obra adelantada a su tiempo, paisajes puros y libres que parecen anticipar las obras de los grandes paisajistas de los siglos XIX y XX.




El paso de la laguna Estigia también llamado "Caronte cruzando la laguna Estigia" Joachim Patinir (Flamenco, c.1484-1520) c.1520 óleo sobre tabla, 64x103 cm. Museo del Prado, Madrid

A menudo se considera a Patinir como el primer paisajista de la historia del arte, aunque en todo caso debería precisarse “de la historia del arte occidental”, por respeto a los grandes paisajistas chinos de la dinastía Song. Además, debemos tener en cuenta que los paisajes de Patinir son en realidad obras de temática religiosa, aunque la calidad de los paisajes sea tal que lleve al observador a ignorar cualquier otro género presente en la pintura. En cualquier caso, sus paisajes –que ya durante su tiempo despertaron la admiración del gran Alberto Durero- influyeron en gran medida en los grandes paisajistas flamencos y holandeses del siglo siguiente.

“El paso de la laguna Estigia” es la más famosa y original obra de Patinir. Representa un tema clásico de la Eneida (Virgilio) y el Inferno (Dante), en el que Caronte (figura central de la pintura) transporta un alma humana que debe decidir entre el cielo y el infierno.

Aunque la obra se desarrolla en un solo panel, la pintura presenta una composición “tríptica” que muestra paralelismos con el famosísimo “Tríptico del Jardín de las Delicias” de El Bosco, obra que sin duda Patinir conocía. Al igual que en la obra de El Bosco, el observador puede contemplar el paisaje del Edén en la parte izquierda (incluyendo la fuente del Paraíso) y el terrible aspecto del infierno en la parte derecha, al que se accede por una puerta custodiada por Cerbero, el perro de las tres cabezas.

A pesar de su gran tamaño, la obra es rica en detalles. El Paraíso está poblado por cisnes, pavos reales, ciervos y figuras de ángeles, uno de los cuales intenta llamar la atención del alma que viaja en la barca. El Infierno, por su parte, está lleno de grotescas criaturas al estilo de las obras de El Bosco. El uso del color es típico de las obras de la época, pasando de los tonos verdes a los azulados a medida que el paisaje se “aleja” del observador.




Paisaje del Danubio cerca de Ratisbona Albrecht Altdorfer (Alemania, c.1480-1538) c. 1522–25 óleo sobre tabla, 30x22 cm. Alte Pinakothek, Munich

Máximo representante de la Escuela del Danubio, Altdorfer es uno de los primeros artistas en la historia de la pintura europea en representar el paisaje puro. Hemos visto en la obra anterior de Joachim Patinir como el paisaje era el fondo –con un protagonismo casi absoluto, pero fondo al fin y al cabo- de una obra de temática religiosa. En esta obra de Altdorfer –o en su más antiguo “Paisaje con Puente” de la Galería Nacional de Londres- el paisaje es el único motivo y protagonista de la pintura.

Se trata de una obra de pequeño formato, pintada con una notable atención a los detalles. Colocando dos árboles en los laterales de la pintura, Altdorfer emplea un doble repoussoir para dirigir la vista del espectador hacia el fondo de la composición, donde un camino serpenteante se dirige hacia el Castillo de Wörth. Sin embargo, en la pintura no aparece ninguna figura humana, aumentando la “pureza” del paisaje.

Aunque el paisaje representa un lugar concreto (las inmediaciones del Castillo de Wörth), es bastante posible que Altdorfer haya añadido toques “románticos” para aumentar la belleza de la escena.




Los cazadores en la nieve, Pieter Bruegel el Viejo (Flamenco, c.1525-1569) c. 1565 óleo sobre tabla, 117x162 cm. Museo de Historia del Arte de Viena

Fundador de una importante familia de pintores, Pieter Bruegel “el Viejo” es uno de los primeros maestros de la pintura flamenca, un talento a menudo comparado con el de El Bosco, aunque la paranoia moralizante de éste último se ve sustituida por una irónica crítica social y un no disimulado amor por la vida campesina. Al igual que Patinir, no es un paisajista puro, en el sentido que sus paisajes siempre son un fondo para desarrollar una obra de temática popular o religiosa. Sus paisajes más importantes son los que aparecen en una serie de seis pinturas que representan diferentes épocas del año, de la cual “Los cazadores en la nieve” es la obra más conocida.

Esta pintura es uno de los primeros paisajes invernales de la historia de la pintura occidental. La obra capta el momento en el que tres cazadores, acompañados por sus perros, regresan a su pueblo tras una expedición de caza. Bruegel ha situado al observador en una posición muy cercana a la de los agotados cazadores, cuya visión del paisaje sería muy similar a la nuestra.

La composición es un complejo juego de líneas diagonales y horizontales. En primer plano predominan las líneas diagonales, destacando la diagonal principal, marcada por la base de los árboles y las figuras de los expedicionarios, que continúa hasta el fondo de la composición. El contrapunto lo pone otra diagonal casi perpendicular a ésta, que parte de la esquina inferior derecha hasta las casas del extremo izquierdo de la pintura. Sin embargo, en el fondo de la pintura destacan las líneas horizontales de los canales helados, otorgándole al paisaje una gélida placidez.

El blanco de la nieve domina la escena, sobre el cual las oscuras figuras destacan sobremanera, sensación incrementada por la ausencia total de sombras. “Los cazadores en la nieve” es una obra maestra absoluta que influiría en pintores posteriores como Hendrick Avercamp.




Pinos (Shorin-zu-byobu), Hasegawa Tohaku (Japón, 1539-1610) c.1580 Tinta sobre papel, díptico, cada panel 156.8 × 356 cm. Museo Nacional, Tokio

Hasegawa Tohaku es uno de los grandes nombres de la pintura japonesa de todos los tiempos y el más importante pintor del país durante el período Azuchi-Momoyama, junto con Kanō Eitoku, con quien mantuvo una importante rivalidad artística. Fue el fundador de la llamada Escuela Hasegawa de pintura, que mantuvo su importancia durante más de dos siglos.

El díptico de los pinos (Shorin-zu-byobu) es la obra más famosa de Tohaku, y una de las pinturas japonesas más conocidas dentro y fuera de Japón, donde han sido declaradas Tesoro Nacional. La influencia de Sesshū Tōyō y su uso libre de la tinta es evidente en este díptico, considerada una de las primeras pinturas de la historia que representan únicamente árboles como protagonistas absolutos de la composición. Tan solo en un extremo del panel de la izquierda parece asomar débilmente la cumbre de una montaña.

Aunque la obra es bella ya a primera vista, para apreciarla en su totalidad deberíamos comprender el concepto japonés del Ma, palabra sin equivalente en los idiomas occidentales, que hace referencia al espacio vacío o el espacio negativo. En palabras del filósofo taoísta Lao Tse, “Los muros y las puertas dan forma a una casa, pero el espacio dentro de ellos es la esencia de la casa”. En el Shorin-zu-byobu, las siluetas de los pinos dan forma al paisaje. El vacío es el paisaje.




Vista de Toledo, El Greco (Domenikos Theotokopoulos, Grecia, 1541-1614) c.1604-14 óleo sobre lienzo, 121.3 cm × 108.6 cm. Museo Metropolitano, Nueva York

El arte de Domenikos Theotokopoulos, El Greco, uno de los más originales pintores de cualquier era, se ha intentado encuadrar dentro del manierismo y el barroco, con tan poco éxito como su catalogación como pintor de la escuela griega, española o incluso italiana. En realidad, es un artista único, que maneja su propio lenguaje pictórico, un talento que solo sería comprendido con la llegada de las vanguardias del siglo XX.

Aunque es conocido principalmente por sus escenas religiosas (“El Expolio”, “El entierro del Conde de Orgaz”), fue un pintor versátil que creó inolvidables retratos (“El caballero de la mano en el pecho”), escenas mitológicas (“El Lacoonte”) y pinturas difícilmente clasificables (“Fábula”). Y entre todas estas obras también pintó uno de los mejores paisajes de la historia de la pintura, la “Vista de Toledo” que se expone en el Museo Metropolitano de Nueva York.

Ésta es una de las dos representaciones de la ciudad de Toledo pintadas por el artista (la otra, “Vista y Plano de Toledo” en el Museo de El Greco, no incluye paisaje natural) El Greco ha escogido un punto de vista muy alejado de la ciudad, cuyo núcleo no ocupa el centro de la pintura, sino que se ha desplazado hacia la derecha. Esto permite al artista recrearse en la representación del paisaje natural de los alrededores del Río Tajo. Los verdes de la vegetación dominan la parte inferior de la pintura, creando un fuerte contraste con los azules oscuros del cielo.

Oscureciendo los colores de las nubes en las zonas más próximas a la ciudad, El Greco logra destacar la impresionante arquitectura de Toledo, que presenta una atmósfera fantasmagórica que la relaciona con las obras expresionistas de George Grosz o Ludwig Meidner y con los delirantes decorados de “El Gabinete del Doctor Caligari”.




Amanecer, Claudio de Lorena (Claude Gellée, Claude Lorrain, Francia, 1600-1682) 1646-47 Óleo sobre lienzo, 102.9x134 cm. Museo Metropolitano, Nueva York

Francés de nacimiento e italiano de formación, Claudio de Lorena es uno de los grandes paisajistas del barroco, cuyo estilo inspiró –directa o indirectamente- a otros grandes paisajistas posteriores, como los holandeses Van Goyen o Van Ruysdael, los franceses Corot o Rousseau, los ingleses Turner y Constable o incluso a los primeros pintores de la Escuela del Río Hudson en América.

Los paisajes de Claudio son paisajes clásicos, visiones idealizadas de un pasado perdido, evocadoras loas a una perfecta Antigüedad. Sus obras no buscan la representación precisa de un lugar concreto, sino manifestar la belleza de la naturaleza y la grandiosidad del mundo antiguo. En sus obras es habitual la presencia de figuras humanas, pero, al igual que ocurría en las obras de Patinir, éstas son insignificantes comparadas con su entorno natural.

El “Amanecer” del Museo Metropolitano de Nueva York es un buen ejemplo de todo esto. La pintura se desarrolla en tres planos principales. En el primer plano, tres personajes cruzan un río acompañados por varios animales. En segundo plano contemplamos, escondido entre la vegetación, la silueta de un castillo. Y en el fondo aparece un paisaje indefinido, iluminado por la luz del amanecer. El conjunto de la escena transmite una clásica placidez.



Preparativos para una caza, Autor desconocido (Mogol, India) c.1680 Acuarela sobre papel, 16.8 x 27.9 cm. Museo Metropolitano, Nueva York

La pintura mogol (desarrollada entre los siglos XVI y XIX) representa uno de los capítulos más interesantes dentro del arte hindú. La invasión de los líderes mongoles modificó el estilo de las pinturas, aumentando el realismo en la representación de la vegetación y los animales.

Las escenas de cacerías reales son relativamente comunes en el repertorio de la pintura Mogol, pero pocas miniaturas muestran un paisaje tan elaborado como en este ejemplo del Museo Metropolitano de Nueva York. El artista no ha incluido ningún retrato oficial del monarca, convirtiendo al paisaje en el gran protagonista de esta exquisita miniatura.

La situación muy elevada de la línea del horizonte permite una muy detallada representación del terreno, en el que predominan los tonos ocres, sobre los que destacan los verdes de la vegetación. Los animales y los cazadores, camuflados tras pantallas vegetales, se muestran como figuras estáticas, como formando parte del paisaje natural.




Vista de Haarlem con campos de blanqueo, Jacob Van Ruysdael (o Jacob van Ruisdael, Holanda, c.1628-1682) c.1665-75 óleo sobre lienzo, 62,2 x 55,2 cm Kunsthaus, Zurich

Jacob Isaackszoon van Ruisdael, una figura clave en una época de grandes paisajistas, estuvo en contacto con el paisajismo desde la cuna, ya que tanto su padre Isaak como su tío Salomon eran respetados pintores de paisajes. A pesar de ello, sus obras fueron poco apreciadas en su época, aunque hoy en día se le considera el más grande paisajista holandés de su tiempo junto a Meindert Hobbema, de quien fue testigo de boda.

La industria del blanqueo de telas era una de las fuentes de riquezas de la ciudad de Haarlem durante la época que vivió el pintor. Para esta tarea era necesaria una gran cantidad de agua, por lo que los humedales de los alrededores de la ciudad eran un lugar idóneo. Estos campos de blanqueo se muestran en primer plano en esta pintura, mientras que la ciudad de Haarlem, en la que destaca la enorme figura de la Grote Kerk, se muestra en el fondo de la composición.

Esta pintura podría emplearse para definir el paisajismo holandés del siglo XVII. La línea del horizonte excepcionalmente baja (estrategia similar a la empleada por Vermeer en su famosa “Vista de Delft” permite al pintor recrearse en la representación de las nubes. Esta presencia de nubes alternándose con zonas de claro explica la cambiante iluminación del terreno. Una de las zonas de máxima iluminación coincide con los campos donde se extienden los lienzos de un blanco casi puro. Se han buscado varias interpretaciones místicas o religiosas, pero ninguna está firmemente apoyado por la evidencia.

En el Rijksmuseum de Ámsterdam se conserva otra pintura del mismo tema, de menor tamaño y sin mostrar el estanque de la parte izquierda. Otra pintura de temática similar se expone en el Museo Thyssen de Madrid.




La Avenida de Middelharnis, Meindert Hobbema
(Holanda, 1638-1709) 1689 Óleo sobre lienzo, 104 × 141 cm National Gallery, Londres

Hobbema es el último de los grandes paisajistas del siglo de oro holandés, y junto con Jacob van Ruisdael –de quien fue probablemente alumno- es probablemente el mejor de todos ellos. Las comparaciones entre estos dos pintores son comunes. Van Ruisdael es más versátil y atrevido. Hobbema, más calmado y preciso. Su estudio del paisaje holandés y de sus elementos característicos (molinos, casas rurales) recuerda al paisajismo inglés de John Constable.

Cuando se hallaba en su plenitud artística, Hobbema consiguió un bien pagado empleo como aforador de vinos, por lo que su producción pictórica se redujo considerablemente. “La Avenida de Middelharnis” es por ello una de las últimas obras del artista, y sin duda una de las más originales.


En el cuadro se muestra la aldea costera de Middelharnis, en el oeste de Holanda. Como en otras obras de este periodo de la pintura holandesa, el artista ha optado por situar la línea del horizonte en una posición muy baja, destacando la horizontalidad del paisaje holandés y cuidando la representación del cielo, aunque por desgracia esta pintura ha sufrido restauraciones desafortunadas que impiden apreciar el aspecto original del cielo.

La potente perspectiva central marcada por los árboles y la propia avenida domina la pintura. La originalidad de la composición parece presagiar los grandes paisajes impresionistas de Sisley y Pissarro



Geumgang jeondo. Vista del Monte Geumgansan / Las Montañas de Diamante. Jeong Seon (Corea, 1676–1759) 1734 Tinta y colores sobre papel, 130.7 cm × 94.1 cm Museo de Arte Ho-Am, Yongin

Hasta la llegada de Jeong Seon, la pintura coreana estaba profundamente influenciada por la china. Pintor de orígenes humildes, Jeong Seon acostumbraba a pintar los paisajes de la zona donde trabajaba, y desarrolló una pintura propiamente coreana. Por todo ello, hoy en día se suele decir que con la figura de Jeong Seon se inicia la edad de oro de la pintura coreana.

Pintor muy prolífico, el escenario favorito de sus pinturas fue el Monte Geumgangsan (Kŭmgangsan, traducido como “Montaña de Diamante”) en lo que hoy en día es Corea del Norte. Esta pintura del Museo de Arte Ho-Am es la más conocida de todas ellas. Jeong Seon representa con minuciosidad los picos de granito y diorita de la montaña, creando una “montaña de montañas” de imponente presencia.

Esta obra es quizás la pintura más famosa de Corea, y fue clasificada como el 217º Tesoro Nacional del país.


El Señor y la Señora Andrews, Thomas Gainsborough (Inglés, 1727-1788) 1749 Óleo sobre lienzo, 69,8 cm × 119,4 cm Galería Nacional, Londres

“Pinto retratos porque me pagan por ello, pinto paisajes porque me gusta hacerlo”
Thomas Gainsborough

Thomas Gainsborough, el mejor pintor inglés del siglo XVIII, pasó toda su vida dividido entre los paisajes y los retratos. Los primeros llenaban su alma, pero sólo los segundos llenaban sus bolsillos. Para solucionar tal disyuntiva recurrió en muchas ocasiones al retrato al aire libre, con los que conseguía dedicar gran parte de sus esfuerzos al paisaje asegurándose su fama entre los clientes de las clases altas.

“El señor y la señora Andrews”, pintado cuando el artista tenía apenas 22 años, es la primera obra maestra del artista. Gainsborough nos presenta a una acaudalada y joven pareja de Suffolk posando bajo un poderoso roble, acompañados por su perro de caza. Las figuras de los jóvenes esposos no ocupan el centro de la composición, sino que han sido desplazados hacia la izquierda, permitiendo al artista centrarse en la representación del paisaje.

El título de la obra dice que la pintura es un doble retrato. Cierto. Pero también podría titularse “Paisaje de Suffolk con dos personajes”. Quizás incluso “Paisaje de Suffolk con dos personajes superfluos”. Se dice que Gainsborough, a pesar de ser el pintor favorito de la aristocracia, no sentía ninguna simpatía hacia ellos, y esta pintura parece demostrarlo. La riqueza del vestido de la mujer, la pose deportiva del caballero no son comparables con el amor que Gainsborough demuestra hacia el paisaje de la campiña inglesa, sus campos de heno, su cambiante cielo de verano. Son los paisajes de Gainsborough, y no sus retratos, los que, en palabras del gran pintor John Constable, “hacen brotar lágrimas de emoción de nuestros ojos al contemplarlos”.




El carro del heno (Paisaje: mediodía), John Constable (Inglés, 1776-1837) 1821 Óleo sobre lienzo, 130,5 cm × 185,5 cm Galería Nacional, Londres

“Mientras que Turner, un pintor más dotado, interpretó los lugares más bellos de Europa, Constable se dedicó a enseñarnos que nuestras zonas rurales son exactamente como las vemos, y que aún así son hermosas”
Kenneth Clark.

John Constable es junto con J.M.W. Turner la cumbre del paisajismo inglés. Al contrario que este último, pintor ambicioso que viajó por toda Europa en busca de nuevos paisajes, Constable dedicó todos sus esfuerzos a pintar los paisajes rurales ingleses, sin ningún tipo de artificio o idealización. Hoy en día, la región de Suffolk (donde pintó la mayor parte de sus obras) es llamada a veces “el país de Constable”.

“El carro del heno” es probablemente la obra más famosa de Constable. Muestra una escena típicamente rural en el río Stour, con dos hombres conduciendo un viejo carro de heno. “No existe nada feo, no he visto una sola cosa fea en toda mi vida (…) La luz, las sombras y la perspectiva siempre la harán hermosa”, escribió Constable, para quien la vieja y destartalada carreta merece tanta atención como los poderosos robles de la parte izquierda de la pintura.

Constable siempre prestó especial atención a la representación del cielo. “El carro del heno” muestra un cielo de verano con un muy trabajado estudio de nubes de tormenta, que es incluso más llamativo en el boceto de la pintura que se conserva en el Victoria and Albert Museum de Londres, muy admirado por Venturi.

“El carro del heno” no logró ser vendida cuando fue expuesta en la Royal Academy de 1821, pero causó una gran sensación cuando fue mostrada en el Salón de París, tres años después. El gran pintor romántico francés, Eugène Delacroix, mostró su admiración por la pintura, y hasta el Estado francés estuvo interesado en su adquisición.




El Gran Vedado (El Vedado de Ostra) Caspar David Friedrich (alemán, 1774-1840) c.1832 Óleo sobre lienzo, 73,5x102,5 cm. Dresde, Gemäldegalerie

“Tengo que estar completamente solo para poder contemplar y sentir la naturaleza”
Caspar David Friedrich

Caspar David Friedrich es la gran figura de la pintura romántica alemana, heredero de una larga tradición de paisajismo iniciada por Altdorfer y Durero. Su obra, olvidada tras su muerte, fue redescubierta a finales del siglo XIX y muy apreciada por gran parte de la vanguardia de comienzos del pasado siglo. Tras la Segunda Guerra Mundial, su fama se oscureció en gran manera, ya que muchos críticos malinterpretaron los paisajes de Friedrich como una exaltación de la identidad alemana al estilo nacionalsocialista. Hoy en día, sus obras son el arquetipo del paisaje romántico.

El coto de Ostra es una zona húmeda situada en las orillas del río Elba, al noroeste de Dresde. En “El Gran Vedado” Friedrich ha escogido un punto de vista bastante extraño, situado sobre el humedal e inusualmente elevado. Además, las curvaturas tanto de la orilla del río como de las nubes hacen parecer que el lienzo esté visto a través de un cristal convexo, o bien colocado sobre una superficie cilíndrica.

Friedrich, “el solitario pintor del norte”, como era conocido, sufrió varias depresiones y al menos un intento de suicidio. Es constante en su obra la sensación de soledad, reflejo del aislamiento que sufrió en vida. No hay en esta pintura rastro alguno de vida humana, excepto un pequeño velero que parece haber quedado atrapado para siempre en las tristes aguas del gran vedado.




Treinta y seis vistas del monte Fuji Katsushika Hokusai (Japón, 1760-1849) 1826-1833 36 xilografías

La colosal figura de Katsushika Hokusai no es solo la más importante de la escuela Ukiyo-e del periodo Edo, sino también la cumbre de la pintura japonesa de cualquier época. Artista enormemente prolífico, se calcula que creó unos 30.000 grabados. Además, pintó hasta el último día de su vida, y abordó multitud de géneros, desde el retrato hasta el paisaje, pasando por las obras de carácter erótico. De joven trabajó como librero y como aprendiz de grabador en un taller, lo que le permitió aprender con maestría la técnica del grabado ukiyo-e.

Su obra magna es la serie de 36 vistas del monte Fuji. Estos grabados de la montaña sagrada de Japón gozaron de una enorme popularidad en su época, por lo que posteriormente Hokusai añadió 10 vistas más a la serie. Además, años más tarde el propio artista inició una serie aún más numerosa, las “100 vistas del monte Fuji”.

La serie incluye tanto vistas cercanas en la que el Monte Fuji es el único protagonista de la composición (“Fuji rojo” o “Tempestad bajo la cima”) como vistas algo más lejanas que permiten representar la vida y paisajes de sus alrededores (“La costa de Kamakura” o “Molino en Onden) e incluso vistas tan lejanas que resulta difícil advertir la presencia de la montaña sagrada (“Bajo Meguro” o “Lago Suwa en la Provincia de Shinano”). La obra más famosa de la serie, “La Ola”, fue escogida en 2006 como una de las 50 obras maestras de la pintura por Ostáriz Art Gallery.
Todos y cada uno de los grabados son auténticas obras magistrales con identidad propia. En conjunto, las 36 vistas del monte Fuji representan una de las cumbres de la pintura de paisajes de cualquier era. Estos grabados fueron enormemente admirados por los pintores impresionistas y post-impresionistas, desde Claude Monet hasta Vincent van Gogh.




Cincuenta y tres etapas de la ruta de Tōkaidō, Utagawa Hiroshige (Andō Tokutarō, Ando Hiroshige – Japón, 1797-1858) 1832-1834 55 xilografías

El espíritu de Hokusai lo hereda Andō Tokutarō, quien adoptó posteriormente el nombre artístico de Utagawa Hiroshige. Sus obras son más subjetivas que las del maestro anterior, recurriendo a puntos de vista inusuales y un uso muy expresivo del color. Hoy en día se le considera el último gran maestro de la estampa japonesa.

Al igual que Hokusai, Hiroshige creó varias series de estampas, siendo las dos más destacadas “Cincuenta y tres etapas de la ruta de Tōkaidō” y “100 vistas de Edo”. En occidente se conoce más esta última, que incluye ejemplos tan famosos como “El puente Ōhashi en Atake bajo una lluvia repentina”, escogida en 2006 como una de las 50 obras maestras de la pintura por theartwolf.com. No obstante, desde el punto de vista paisajístico la serie de Tōkaidō es incluso más interesante.

En tiempos de Hiroshige, la ruta de Tōkaidō era una ruta de reciente creación que unía Edo (hoy Tokio) con Kyoto, entonces la capital del país. En el trayecto había 53 shukubas (estaciones de correo). Hiroshige recorrió la ruta en 1832 y los bocetos que tomó en su trayecto de ida y vuelta le ayudaron a crear –ya de vuelta en su estudio- 55 estampas (una para cada una de las shukubas, y dos más para el comienzo y final del recorrido) que merecen figurar entre los mejores paisajes de todos los tiempos. La variedad de la serie es sorprendente, encontrándose paisajes costeros, fluviales, invernales… Quizás el paisaje más notable de toda la serie sea “El Lago Akone”, en el que el uso del color “plano” parece anticipar las vanguardias occidentales del siglo siguiente.

Al igual que en el caso de Hokusai, las obras de Hiroshige fueron muy admiradas por los pintores post-impresionistas, en especial por Vincent van Gogh, quien copió varias obras del pintor japonés adaptándolas a su propio estilo.



The Oxbow también conocido como "Vista del Monte Holyoke, Northampton, Massachusetts, tras una tempestad", Thomas Cole (Inglaterra / Estados Unidos, 1801-1848) 1836 Óleo sobre lienzo, 130.8 cm × 193 cm. Metropolitan Museum, Nueva York


A Thomas Cole se le considera a menudo el fundador de la Escuela del Río Hudson, y por consiguiente como el “padre” de la pintura de paisajes americana. Inglés de nacimiento, emigró con sus padres a Ohio cuando tenía 17 años, y tras una breve y poco exitosa etapa como retratista comienza a mostrar interés por el paisaje de su país de adopción, en especial por los alrededores del Río Hudson. Las obras de Cole inspiraron a muchos ilustres paisajistas americanos de décadas siguientes, como Asher Brown Durand o Frederick Edwin Church.

A mediados de la década de 1830, Thomas Cole recibió el importante encargo de pintar “La consumación del Imperio”, una gran serie de cinco lienzos para su patrón Luman Reed. La segunda obra de esta serie, “Paisaje pastoral” o “Paisaje de Arcadia”, fue recibido con entusiasmo por Reed, quien sugirió a Cole que crease una versión de esta pintura, pero basándose en paisajes que el propio pintor conociera. Thomas Cole se mostró entusiasmado por la idea, y contestó a su patrón que comenzaría a trabajar basándose en unos bocetos que había tomado en el Monte Holyoke, y que creía que eran el mejor paisaje que jamás había encontrado.

La pintura sitúa al observador en un punto elevado del Monte Holyoke, permitiendo una visión panóramica de una extensión del Río Connecticut conocida como “The Oxbow”. La parte izquierda de la composición muestra la ladera de la montaña, con su vegetación salvaje bajo amenazadoras nubes de tormenta. La parte derecha de la pintura muestra los terrenos cultivados en las orillas del río, una Arcadia americana y feliz en la que el hombre y la naturaleza coexisten en armonía. Como curiosidad, el artista se ha representado a si mismo pintando la escena, sentado tranquilamente sobre una roca.




Espíritus afines (afinidad de espíritu), Asher Brown Durand (Americano, 1796-1886) 1849 Óleo sobre lienzo, 116.5- 91.4 cm. Walton Family Foundation

Aunque mayor que Thomas Cole, Asher Brown Durand se introdujo en el arte de la pintura de paisajes tras conocer las obras del anterior, por lo que a menudo se le considera el más fiel seguidor de Cole. Su obra más famosa, “Espíritus afines”, es de hecho un homenaje póstumo a Thomas Cole, fallecido el año anterior a la fecha de creación de esta obra.

Durand ha representado a su mentor en compañía de su amigo y poeta William Cullen Bryant. Los dos hombres están situados sobre una roca, contemplando un fabuloso paisaje fluvial que, aunque incluye elementos reales (la cascada que se observa al fondo es una representación bastante exacta de las Kaaterskill Falls, uno de los paisajes favoritos de Cole), no se corresponde con ningún lugar en concreto, y es en realidad una visión idealizada de la naturaleza.

Esta pintura, quizás la más famosa de todas las creadas por la Escuela del Río Hudson, permaneció en la Biblioteca Pública de Nueva York desde 1904 hasta que fue vendida en 2005 en una subasta privada de Sotheby’s a la Fundación Walton por 35 millones de dólares, el precio más alto jamás pagado por una pintura americana.




Castillo de Norham, amanecer, Joseph Mallord William Turner (1775-1851) c.1845 Óleo sobre lienzo, 90.8-121.9 cm. Tate Gallery, Londres


Aunque tal afirmación es seguramente arriesgada, es posible que Joseph Mallord William Turner haya sido el mejor pintor de paisajes de todos los tiempos. Niño prodigio, fue admitido en la Royal Academy of Art de Londres con tan sólo 14 años, y fue académico a los 23. Sus primeras obras, de estilo bastante clásico, fueron bien acogidas por la crítica, que posteriormente se volvió en su contra a medida que Turner iba creando un estilo cada vez más libre. Sus últimas obras, en las que se llega a intuir la abstracción, inspiraron a muchas generaciones de artistas posteriores, y fueron muy admiradas por los impresionistas.

Turner conocía bien el Castillo de Norham, situado en la frontera entre Inglaterra y Escocia, pues lo había visitado en 1797, 1801 y 1831, visitas en las que pintó varias acuarelas del castillo al amanecer. “Norham Castle: amanecer” es uno de los puntos culminantes del proceso de liberación artístico emprendido por Turner en la década de 1830, y que darían como resultado las grandes obras maestras de la década siguiente, como el famosísimo “Lluvia, vapor y velocidad” (National Gallery, Londres) o los prácticamente abstractos "Amanecer con monstruos marinos" o “Paisaje de montaña” (ambos en la Tate Gallery de Londres).

En una ocasión, un crítico calificó a Turner como “ese pintor que tiene la manía de pintar atmósferas”. En esta pintura, paisaje y arquitectura se funden, y casi toda forma reconocible ha quedado diluida por la omnipresente luz del amanecer.




El Corazón de los Andes, Frederic Edwin Church (Estados Unidos, 1826–1900) 1859 Óleo sobre lienzo, 167.9 cm × 302.9 cm. Nueva York, Metropolitan Museum

El mejor pintor de paisajes de Estados Unidos, Frederic Edwin Church, representa la culminación de la Escuela del Río Hudson: posee el amor por el paisaje de Thomas Cole, el lirismo romántico de Asher Brown Durand y la grandilocuencia de Albert Bierstadt, siendo más valiente y técnicamente más dotado que cualquiera de ellos.

Tras pintar obras claramente inspiradas en su maestro Thomas Cole (como “Casa junto al lago”, de 1852), el paisaje del río Hudson comienza a no ser suficiente para Church, quien viaja a América del Sur inspirado por las aventuras de Alexander von Humboldt. Tras su regreso, de sus recuerdos surge “El corazón de los Andes”, posiblemente su obra más famosa.

La pintura no representa un lugar concreto de Sudamérica, sino que es un paisaje idealizado, un compendio de elementos paisajísticos que habían impresionado al artista. Al fondo de la composición aparece la silueta nevada del Volcán Chimborazo, que Church pintó en numerosas obras. En medio de la vegetación del primer plano destaca la presencia de una cruz de madera, un elemento cristiano típico en la obra del artista. A pesar del enorme tamaño de la obra, el nivel de detalle es espectacular, y Church ha puesto especial atención en las flores y las aves exóticas.

Church expuso “El corazón de los Andes” en su estudio, a comienzos de 1859. La obra fue un éxito colosal, y se dice que el público hacía cola para poder entrar al estudio a admirarla. El escritor Mark Twain escribió que la obra “permanecería en mi mente para siempre, y ni el más mínimo detalle podría ser cambiado sin que yo me diera cuenta”. Tras la exposición, Church vendió la obra por 10.000 dólares (el precio más alto pagado entonces por una obra de un pintor americano vivo) a Margaret Dows, quien en 1909 legó la pintura al Museo Metropolitano de Nueva York, donde se conserva hoy.



Montañas Rocosas, Pico Landers (The Rocky Mountains, Lander's Peak) Albert Bierstadt (Estados Unidos, 1830-1902) 1863 Óleo sobre lienzo, 186.7 x 306.7 cm Nueva York, Metropolitan Museum

Nacido en Alemania, Albert Bierstadt emigró a Estados Unidos con su familia cuando tenía tan solo 3 años. Inicialmente formó parte de la Escuela del Río Hudson, pero Bierstadt se sintió pronto atraído por el paisaje del Oeste americano, siendo, junto con Thomas Moran, el máximo representante de la llamada Escuela de las Montañas Rocosas. Bierstadt Es el más prolífico y posiblemente el más grandilocuente de todos los pintores americanos de su época.

En 1859, Bierstadt formó parte de una expedición a las montañas rocosas dirigida por el coronel Frederick W. Lander. De los bocetos que tomó durante el viaje surge “The Rocky Mountains, Lander's Peak”, a menudo considerada su obra más famosa.

La obra muestra el Pico Landers, en Wyoming, aunque el paisaje que le rodea es más bien una visión idealizada del paisaje del oeste. En primer plano se muestra la vida de los nativos americanos, representados como la esencia del oeste americano. El contraste entre la fuerte iluminación del pico Landers y la relativa oscuridad de la zona en primer plano recuerdan de forma algo perturbadora a “El imperio de las luces” de René Magritte.

Al igual que Church con su “El corazón de los Andes”, Bierstadt expuso “The Rocky Mountains, Lander's Peak” poco después de su finalización. La pintura fue vendida por 25.000 dólares a James McHenry, pero posteriormente Bierstadt recompró la obra, que pasó a su hermano Edward. La pintura se expone en el Museo Metropolitano de Nueva York desde 1907, justo en frente de “El corazón de los Andes” de Church, adquirida dos años después.




Souvenir de Mortefontaine (Recuerdo de Mortefontaine) Jean-Baptiste-Camille Corot (Francia, 1796-1875) 1864 Óleo sobre lienzo, 65.5 cm × 89 cm. París, Louvre

“Solo hay un maestro: Corot. Los demás no somos nada comparados con él. Nada”
Claude Monet

Jean-Baptiste-Camille Corot es uno de los grandes paisajistas del siglo XIX y, junto con Jean-François Millet, el más destacado miembro de la Escuela de Barbizon. Esta escuela apostaba por una pintura inspirada directamente en la naturaleza, con claras influencias de John Constable, cuya obra se expuso en París en 1824.

En sus primeras obras, el paisaje de Corot es un paisaje clásico, pero a lo largo de su carrera va evolucionando hacia un estilo más poético, sin abandonar nunca el naturalismo. “Recuerdo de Mortefontaine” está considerado como la gran obra maestra de su periodo tardío, una pintura admirada por los impresionistas, con los que, sin embargo, Corot no simpatizaba demasiado.

Como indica su título, la pintura no representa un paisaje concreto, sino que es el resultado de los recuerdos idealizados que el artista guardaba del pueblo de Mortefontaine (al norte de Francia), que visitó varias veces a lo largo de su vida. Pocos años después, Corot pintó una obra similar, “El barquero de Mortefontaine”.

La crítica recibió con agrado “Recuerdo de Mortefontaine”, y prueba de ello es que la obra fue adquirida por el Estado francés el mismo año de su creación. Desde 1889 forma parte de las colecciones del Louvre.



Puesta de sol sobre una marisma, Alexei Savrasov (Rusia, 1830-1897) 1871 Óleo sobre lienzo, 88 x 139,5 cm. Museo Estatal, San Petesburgo

Alexei Kondratyevich Savrasov fue uno de los más importantes -no sería descabellado decir el más importante- de todos los pintores de paisajes rusos del siglo XIX, destacando por su estilo lírico y sus composiciones melancólicas. Su estilo inspiró a varios paisajstas rusos de años posteriores, como Isaac Levitan y Konstantin Korovin.

Al contrario que otros artistas rusos de la época, Savrasov viajó en numerosas ocasiones por Europa, asistiendo a ferias y exposiciones. En ellas conoció la obra de John Constable, cuyo estilo naturalista influiría de gran manera en sus obras. Su pintura más famosa es “Han llegado los grajos”, una oda a la naturaleza de su Rusia natal. Pero como paisaje puro, su “Puesta de sol sobre una marisma” es una insuperable muestra del característico “estilo del paisaje lírico” del artista.

En la simpleza de la composición radica precisamente la fuerza de este paisaje: no existe ningún rastro de vida humana, no hay nada salvo la triste e infinita marisma, iluminada por la melancólica luz del atardecer. El mismo año en que esta pintura fue completada, la hija del pintor falleció, y Savrasov cayó en la depresión y el alcoholismo. Por ello, el aspecto pesimista y melancólico de la obra parece un reflejo del rumbo que tomaría la propia vida del artista.




Estrecho de Milford, Nueva Zelanda (Milford Sound, New Zealand) Eugene von Guerard (Australia / Austria, 1811-1901) 1877-79 Óleo sobre lienzo, 99.2-176 cm. Art Gallery of New South Wales, Sydney.


Durante el siglo XIX, surgieron en Australia varios artistas que, procendentes del Viejo Continente, mostraron interés en captar la naturaleza de su nuevo hogar. Entre ellos destacan John Glover, S. T. Gill (ambos nacidos en Inglaterra) y Johann Joseph Eugene von Guérard, nacido en Austria.

Por su formación en la Academia de Bellas Artes de Düsseldorf, von Guerard conocía bien el arte de los grandes paisajistas europeos, desde Claudio de Lorena a Caspar David Friedrich. Tras su llegada al continente-isla, y después de una poco exitosa experiencia como buscador de oro, von Guerard decide aplicar sus conocimientos al paisaje australiano. Entre sus primeras obras destaca una vista del Monte Kosciusko, que sería una de las primeras obras adquiridas por la Galería Nacional de Victoria, Melbourne. Posteriormente, Eugene von Guérard viajó a Nueva Zelanda en busca de nuevos paisajes, de los que su “Milford Sound” es el más destacado.

El Estrecho de Milford es uno de los lugares más impresionates de Nueva Zelanda, un fiordo rodeado de picos de más de 1.000 metros de altura que se extiende hasta 15 km tierra adentro. Von Guérard representa con precisión científica la geología y vegetación del lugar. La única presencia humana es un pequeño bote que se acerca a la costa. Esta representación de la figura humana casi insignificante en comparación con la naturaleza recuerda a las pinturas de Caspar David Friedrich.




La Pradera, Alfred Sisley (Francia / Inglaterra, 1839-1899) 1875 Óleo sobre lienzo, 54.9 × 73 cm. Galería Nacional, Washington

De origenes ingleses, Alfred Sisley (1839-1899) es junto con Claude Monet y Camille Pissarro, el más “puro” representante del impresionismo. Fue por encima de todo un paisajista. De menor categoría que Monet y quizás no tan versátil como Pissarro, destaca sobre todo por su excelente uso del color y la calidad de la representación de sus cielos.

La década de 1870 fue a nivel personal la más complicada para Alfred Sisley, sin ningún sustento económico tras la quiebra del negocio familiar debido a la Guerra Franco-prusiana. Pero fue en este periodo cuando el artista creó sus mejores obras, como su “Chemin de la Machine, Louveciennes “ o su famosa serie de “Inundación en Port-Marly”.

“La Pradera” es la quintaesencia del paisaje impresionista: espontáneo, libre, aparentemente inacabado. La composición es simple, dividida en tres planos diferentes separados por la verja y el horizonte. En primer plano está dominado por las hierbas y las flores, creadas mediante pinceladas sueltas. En el plano intermedio aparece un paisaje rural y sobre él, un magnífico cielo, que recuerda a los estudios de nubes de John Constable.




Trigal con cuervos, Vincent van Gogh (Holanda, 1853-1890) 1890 Óleo sobre lienzo, 50,5x103 cm. Amsterdam, Rijksmuseum Vincent van Gogh.

“Se trata de trigales sin fin bajo el cielo nublado, y no he dudado en el intento de expresar la tristeza y la más profunda soledad”
Vincent van Gogh

Estamos ante una de las más famosas obras de Vincent van Gogh, una pintura de aire dramático comúnmente asociado al suicidio del artista, que sucedería semanas después. No parece cierto, sin embargo, que ésta haya sido la última pintura que Van Gogh pintó en vida, como comúnmente se piensa.

La representación de los campos de trigo de Auvers-sur-Oise bajo distintas condiciones atmosféricas fue uno de los motivos pictóricos favoritos de Van Gogh durante sus últimos meses de vida. Además del famoso cuadro “de los cuervos”, el artista pintó “Trigal bajo un cielo tormentoso”, en un lienzo de las mismas dimensiones que éste, así como varios cuadros de menor tamaño. Pero “Trigal con cuervos” es único por sus trazos vigorosos, su oscuro cielo de tormenta que acentúa el contraste con el amarillo del trigo, así como la presencia de los cuervos, que ha dado lugar a numerosas interpretaciones.

¿Son para Van Gogh los cuervos un símbolo (o presagio) de la muerte? Ésta es una leyenda demasiado aceptada hoy en día. En sus cartas, Van Gogh siempre habló de los pájaros como símbolo de libertad (“por favor, dadme la libertad de ser un pájaro como los otros pájaros”, escribe en 1880) En esta pintura, ninguno de los caminos parece llevar a una salida del infinito campo de trigo, del que parece que solo los cuervos pueden escapar. Pero una vez más, hemos de advertir que buscar simbologías ocultas en las pinturas de Van Gogh es una práctica que, aunque atractiva, puede llegar a conclusiones infundadas.




Álamos al borde del Epte, vista de la marisma, Claude Monet (Francia, 1840-1926) 1891 Óleo sobre lienzo, 88x93 cm. Colección privada
Claude Monet es el pintor impresionista por antonomasia, y como tal uno de los mejores paisajistas de todos los tiempos. Entre sus muchas contribuciones al arte moderno destaca el concepto de “serie”, influenciado por las obras de Hokusai y Hiroshige, y que inspiraría a pintores tan posteriores como Andy Warhol. Las “series” más famosas de Monet son sus “almiares” y sus “vistas de la catedral de Rouen”. Algo menos conocidas son sus “álamos”, que sin embargo son una excelente muestra del talento de Monet para representar la naturaleza.

En 1891, Monet era ya un pintor bastante conocido, que podía vivir sin dificultades de sus pinturas. Eso le permitió no solo alquilar un bote para pintar los álamos desde el río, sino también convencer (previo pago) al dueño de los árboles (un comerciante de madera) para que no talara los álamos hasta que el pintor hubiese acabado de pintar la serie. Ésta incluye ejemplos con composiciones simples (“Los cuatro árboles”, en el Museo Metropolitano de Nueva York) que recuerdan a las pinturas neoplasticistas de Mondrian, y otros lienzos de composición algo más compleja, de los que “Álamos al borde del Epte” es el mejor ejemplo.

Esta pintura posee la extraña belleza de un haiku japonés, asimétrica y conmovedora, mientras las hojas de los álamos se desdoblan en una gama de rojos y púrpuras, concluyendo en un azul que haría enrojecer de envidia a Yves Klein. Es, en definitiva, Monet en su máximo esplendor, aquel artista que “quisiera pintar como el pájaro canta”, y que, en obras como esta, lo consigue

Monet expuso este cuadro, junto con el resto de “álamos”, en la galería de Durand-Ruel en 1892. Fue el segundo gran éxito consecutivo del artista, tras la exposición de los “almiares” el año anterior. Posteriormente, Monet centraría sus esfuerzos en su serie más importante, la dedicada a la fachada de la Catedral de Rouen, a menudo considerada la obra cumbre del impresionismo.




¡Sorprendido! (Tigre en una tormenta tropical), Henri Rousseau (Francia, 1844-1910) 1891 Óleo sobre lienzo, 130 x 162 cm Londres, Galería Nacional


Tigre, tigre, luz ardiente
en los bosques de la noche,
¿Qué ojo o mano inmortal
pudo idear tu terrible simetría?
William Blake

El arte del Aduanero Rousseau ha sido descrito como descrito como naif, primitivista, salvaje... Se trata, en definitiva, de un artista inclasificable, quizás el más personal y desinhibido de todos los artistas surgidos inmediatamente después del ocaso del impresionismo, autor de obras atemporales como “El sueño” o “La gitana dormida”

“¡Sorprendido!” (a veces traducido como “¡Sorpresa!”) fue el primer cuadro “de la selva” creado por Rousseau. El artista nunca había salido de Francia, por lo que el paisaje tropical surge de la imaginación del artista, alimentada tanto por relatos de soldados franceses que habían viajado a México como por sus visitas al Jardín de las Plantas de París. “Cuando estoy en estos invernaderos y veo las plantas tan raras que hay en algunos países exóticos, me parece que estuviera soñando”, escribió el pintor. Por otra parte, es posible que Rousseau hubiera visto algún tigre en el zoológico de París, o incluso disecado, pero el animal de esta pintura parece haber sido creado a partir de las pinturas “exóticas”, de Eugène Delacroix.

El título de “¡Sorprendido!” también sirve para describir la reacción de la crítica y el público cuando la pintura fue expuesta en el Salón de los Independientes, en 1891. El pintor suízo Félix Vallotton dijo que el cuadro era “el alfa y el omega de la pintura”. A pesar del relativo éxito de la obra, Rousseau no volvería a recurrir al tema de la selva hasta 10 años después, cuando Rousseau inició su “década prodigiosa” que culminaría con “El sueño”, escogida en 2006 por Ostáriz Art Gallery como una de las 50 obras maestras de la pintura.




La Montaña Sainte-Victoire (serie de pinturas) Paul Cézanne (Francia, 1839-1906) Realizadas entre 1882 y 1906 Óleos sobre lienzo Varios museos y colecciones privadas


“Cézanne era mi sólo y único maestro (…) Era como un padre para todos nosotros”
Pablo Picasso

Las numerosas vistas que Paul Cézanne pintó de la Montaña Sainte-Victoire forman un cojunto de importancia vital no solo para la pintura de paisajes, sino para el desarrollo del arte moderno.

Cézanne se instala en Provenza a comienzos de la década de 1880, y, desencantado con el impresionismo, decide seguir su propio camino, encontrando inspiración en el paisaje. Su cuñado poseía una finca desde la que se veía el Monte Sainte-Victoire, por el que Cézanne comienza a interesarse.

Al igual que Hokusai en sus “Treinta y seis vistas del monte Fuji”, Cézanne usa diferentes puntos de vista en la serie de pinturas de la Montaña Sainte-Victoire, permitiendo la representación del paisaje alredor de la montaña. Esta diversidad es clave para comprender la evolución del estilo de Cézanne. En las primeras vistas de la montaña, de las cuales el ejemplo más famoso es el que se conserva en el Museo Metropolitano de Nueva York (1882-85), Cézanne da importancia a la línea y al dibujo, destacando la presencia del arbolado en primer plano. En las últimas obras, como la que pertecence al Museo de Arte de Filadelfia o la del Kunsthaus de Zurich, la línea prácticamente desaparece, y solo hay manchas de color para representar los distintos volúmenes.

“Todo en la naturaleza se modela según la esfera, el cono y el cilindro. Debemos aprender a pintar a partir de estas figuras simples; después podremos hacer todo lo que queramos”, escribió Cézanne en 1904. El arte de Cézanne, “cubista antes del cubismo”, sienta las bases de las vanguardias de comienzos del siglo XX.




Paisaje en Collioure, Henri Matisse (Francia, 1869-1954) 1905 Óleo sobre lienzo, 38.8 x 46.6 cm. Nueva York, Museo de Arte Moderno (MOMA)

Henri Matisse es uno de los más importantes pintores de los comienzos del siglo XX. Alma mater del fauvismo, fue el creador de un expresivo lenguaje pictórico basado en el color que influiría en muchas de las principales vanguardias de la primera mitad del pasado siglo.

En 1904, Matisse conoce a Paul Signac, e incorpora el lenguaje puntillista a su obra, lo que es evidente en pinturas como “Luxe, calme et volupté” (1904, París, Orsay). El año siguiente, 1905, sería un punto cumbre en la carrera de Matisse. En una exposición colectiva en el Salon d'Automne -considerada el momento del nacimiento del fauvismo- Matisse muestra una serie de pinturas en las que el uso arbitrario del color (colores que difieren de los reales, por ejemplo los verdes y amarillos del rostro de la mujer en “Mujer con sombrero”) escandaliza a la crítica.

“Paisaje en Collioure” se sitúa a medio camino entre su breve periodo “puntillista” y su ya plenamente característico lenguaje fauvista. Representa el paisaje mediterráneo de los alrededores de Collioure, una pequeña localidad constera en la región Languedoc-Rosellón donde Matisse se había establecido para trabajar con su amigo y rival André Derain. En otros paisajes creados en Collioure, como “La ventana abierta”, Matisse emplea otros elementos para crear una cierta sensación de profundidad. Pero en este paisaje no hay nada excepto manchas de color, un color libre y deshinibido, completamente fauvista.




Pequeño paisaje rítmico, Paul Klee (Austria, 1879-1940) c.1920 óleo sobre lienzo montado sobre cartón, 27.8 x 21.5 cm Colección privada


Pocos artistas son tan difíciles de clasificar como Paul Klee, un innovador imprescindible en una época llena de cambios artísticos. Etiquetado en ocasiones como expresionista, en otras como surrealista, cubista o incluso futurista, es en realidad un artista que maneja sus propios códigos y bebe de sus propias fuentes, tan dispares como el orientalismo y la música, teniendo una influencia extraordinaria en el arte de décadas posteriores.

En 1914, Klee viaja al norte de África, y queda impresionado por el colorido de la región. “El color me posee, me poseerá siempre”, escribe en si diario, añadiendo que “los setos y arbustos se unen y crean un bello ritmo de manchas”. Este concepto de la pintura como rítmo, también derivado de su afición a la música, es clave para comprender la obra de Paul Klee.

Esta pequeña pintura es un claro ejemplo del estilo de Klee. “Pequeño paisaje rítmico” no representa ningún paisaje en particular, sino que es un escenario donde el artista distribuye los elementos de la naturaleza (luz, color, espacio…) creando una pequeña sinfonía pictórica. Los árboles, como notas de un pentagrama, dotan de ritmo a la composición.

Hacia 1920, cuando esta obra fue creada, Walter Gropius invitó a Klee a compartir su maestría en la Escuela de la Bauhaus, donde fue un brillante profesor de Teoría del Color y su mezcla.




Primavera, Georgia O’Keeffe (Estados Unidos, 1887-1986) 1922 Óleo sobre lienzo, 90.2 x 77.2 cm. Frances Lehman Loeb Art Center.
Georgia O'Keeffe es una de las artistas más originales de los comienzos del siglo XX americano. Nacida en Wisconsin, se trasladó en 1918 a Nueva York para vivir con su pareja, el fotógrafo Alfred Stieglitz. Allí entró en contacto con los artistas del círculo de Stieglitz, como Arthur Dove o Edward Steichen. Posteriormente, se convertiría en una de las primeras artistas en representar el paisaje del suroeste americano. Al igual que la región de Suffolk es llamada a veces “el país de Constable”, al norte de Nuevo Mexico se le conoce como “el país de O’Keeffe”.

Entre 1915 y 1930, aproximadamente, O'Keeffe creó un muy personal estilo de pintura abstracta, sin renunciar por completo a la figuración. La abstracción era para la artista, “la más clara forma de lo intangible de mi interior, que solo puedo expresar en la pintura”, como escribió en 1976. No obstante, cansada de leer algunas interpretaciones de sus obras abstractas, volvería de vez en cuando a una pintura más figurativa.

La “Primavera” de 1922 es un gran ejemplo de este estilo tan propio de O’Keeffe, a medio camino entre el arte abstracto y el figurativo. Para entonces la pintora era ya uno de los nombres más importantes en la escena del arte americano, hasta el punto de que su marido, Alfred Stieglitz, quiso vender 6 de sus pinturas por 25,000 dólares, todo un record para un artista vivo.




Paisaje catalán (el cazador), Joan Miró (1893-1983) 1923-24 Óleo sobre lienzo, 64.8 x 100.3 cm. Museo de Arte Moderno, Nueva York
Joan Miró (1893–1983) es uno de los más originales e icónicos maestros de la modernidad. A lo largo de su carrera, el artista catalán desarrolló un lenguaje surrealista de símbolos y colores que aún hoy sigue considerado como una de las grandes influencias del Expresionismo Abstracto.

Tras instalarse en el taller de Pau Gargallo en París, Miró formó parte del grupo de artistas que, liderados por André Breton, fundaron en 1924 el movimiento surrealista. Miró jamás siguió al pie de la letra los principios del surrealismo, pero gracias a él consiguó acabar con su breve y poco prometedora etapa “detallista”. Comparando su obra “La Masía” (1921-22) con otra de temática prácticamente idéntica, “Tierra labrada” (1923-24), se aprecia claramente la evolución del estilo del artista.

“Paisaje catalán” es ya un ejemplo claro del estilo surrealista de Joan Miró, que culminaría en el excelente “Carnaval del arlequín”, pintado un año después. Dos diferentes colores en el fondo hacen referencia al cielo y la tierra. En la parte izquierda de la pintura aparece la figura del cazador, con barretina y pipa, solo identificable si el espectador conoce obras como “Cabeza de campesino catalán” (Galería Nacional de Washington) o “Campesino catalán con guitarra” (Museo Thyssen). En la parte baja de la pintura aparece una raspa de sardina, a la que parecen hacer referencia las letras “sard” a su derecha.

“Paisaje catalán” tuvo una gran importancia en la carrera de Miró, influyendo en su serie de “paisajes imaginarios” (como ”Perro ladrando a la luna” o “Paisaje de la liebre”) realizados en 1926-27.



Catarata, Arshile Gorky (Armenia / Estados Unidos, 1904-1948) 1943 Óleo sobre lienzo, 153,7 x 113 cm. Tate Modern, Londres.


Arshile Gorky es un pintor cuya enorme importancia en el desarrollo del arte contemporáneo todavía no ha sido apreciada en su justa medida. Tras una infancia traumática, emigró primero a Rusia y posteriormente a Estados Unidos, donde creó un estilo de pintura a menudo considerada la máxima influencia del expresionismo abstracto.

A comienzos de la década de 1940, Gorky alcanzó su madurez artística. Su estilo abstracto, de formas orgánicas e influencias surrealistas, fue aplaudido desde que el artista expuso en la “Exposición Internacional del Surrealismo” en 1942. Es la época de sus obras maestras, como “El hígado es la cresta del gallo” (1943) o “Abrazo. Good Hope Road II” (1945). Abatido por su situación personal, incluyendo enfermedades y un divorcio, el ”Ingres del inconsciente” se ahorcó en 1948. Tenía tan solo 44 años.

En el verano de 1942, Gorky pasó casi un mes en Connecticut, haciendo bocetos de los bosques y el paisaje de la zona. “Catarata” (o "Cascada") es el resultado de dichos bocetos, un paisaje abstracto donde Gorky desarrolla su propio lenguaje, liberado ya del estilo de Cézanne o Picasso.




Blue Hill, Wayne Thiebaud (Estados Unidos, n.1920) 1967 Acrílico y pastel sobre lienzo, 197.4 x 243.5 cm. Colección privada
"No solo me interesa el aspecto pictórico del paisaje -ver un lugar bonito e intentar pintarlo- sino en cierto modo controlarlo, manipularlo, o ver en que lo puedo convertir".
Wayne Thiebaud.

Nacido en Arizona y criado en California, Wayne Thiebaud comenzó a ganarse la vida en el Walt Disney Studio, dibujando a Goofy, Pinocho, y otros célebres iconos de la firma. Posteriormente, estudió en la Universidad de California, donde llegó a ser profesor. Durante la década de los 60, la fama de Thiebaud aumentó considerablemente, siendo uno de los ocho artistas incluídos en la mítica exposición “New Painting of Common Objects” en el museo de Pasadena en 1962. En el mismo año en que esta pintura fue creada, la obra de Thiebaud se expuso en la Biennale Internationale.

Aunque hoy en día Thiebaud es quizás más conocido por sus pinturas “pop” de productos de supermercado o tartas y pasteles (inclusó creó un “doodle” para el 12º aniversario de Google), también ha dedicado una parte importante de sus esfuerzos al paisaje, tanto natural como urbano.

Entre 1967 y 1968, Thiebaud pintó una serie de vistas de las montañas cercanas a Sacramento, entre las que destacan “Coloma Ridge” (ilustrada aquí), “Blue Hill” (colección privada, vendida en 2007 por 1,7 millones de dólares), y “Diagonal Ridge” (colección privada, vendida en 2011 por 902.000 dólares). Thiebaud juega con el contraste entre la masiva escala de la montaña (aumentada por el uso de los tonos oscuros) y la aparente delicadeza de los árboles, pintados con varios tonos de pastel.




Oir las aguas, Tomás Sánchez (Cuba, n.1948) 1995 Acrílico sobre lienzo, 122.5 x 150 cm. Colección privada

“Me gusta meditar antes del paisaje. Me da una perspectiva diferente cuando finalmente me siento a pintar. Mientras que otros pintores empiezan intelectualizando la naturaleza, yo me imagino a mi mismo recreándola”
Tomás Sánchez

Nacido en 1948 en Aguada de Pasajeros, Cuba, Tomás Sánchez es probablemente el más famoso de los pintores cubanos de hoy en día. Aunque a menudo se le considera un pintor hiperrealista, los bosques tropicales de Sánchez surgen de su interior. Al igual que Henri Rousseau declaraba sentirse en un sueño cada vez que entraba en los jardines tropicales del Jardín de las Plantas de París, Sánchez declaró en una entrevista que “cuando entro en un estado de meditación me siento como si estuviera en una selva o un bosque”.

“Oir las aguas” es una de las pinturas más conocidas del artista. La influencia de Caspar David Friedrich o incluso de los pintores de la Escuela del Río Hudson es evidente en la idea de la insignificancia de la figura humana cuando se compara con la naturaleza. Este paisaje ideal, casi perfectamente simétrico, es la imagen visual de cómo la mente del artista imagina la Cuba de antes de la llegada de los conquistadores.




Wald (Bosque), Gerhard Richter (n.1932) 2005 Óleo sobre lienzo, 197 cm x 132 cm. Colección privada


“En la naturaleza todo es siempre correcto: la estructura es correcta, las proporciones son buenas, los colores se ajustan a las formas. Si imitas a la naturalea en la pintura, se vuelve falsa.”
Gerhard Richter

Gerhard Richter es sin duda uno de los más famosos artistas de las últimas décadas, quizás más conocido a nivel general por sus “fotopinturas” de velas, calaveras, e incluso paisajes, como su serie de “Corsica” (1968-69) o su vista de “Barn” (1984). No obstante, también ha creado un estilo de pintura abstracta completamente alejado de sus pinturas “fotorrealistas” que sería dominante en su obra a partir de finales de los 70.

Dentro de este estilo abstracto, destacan las dos series de pinturas tituladas “Bosque”. La primera de ellas, de 1990, está formada por 4 pinturas de gran formato (340 cm x 260 cm). En 2005, Richter creó una serie de 12 pinturas de formato algo menor (197 cm x 132 cm). El ritmo creado por las líneas verticales de las pinturas recuerdan al denso arbolado del interior de un bosque. Ese mismo año, Richter comenzó a tomar fotografías de los bosques cercanos a su casa en Colonia, que recogería en su libro “Wald”, editado en 2008.