La década de 1820 fue la más brillante de su carrera. En 1821 ganó una medalla de oro en el Salón de París con El carro de heno, y a partir de entonces sus cuadros empezaron a venderse bien, aunque nunca fue demasiado admirado por sus coetáneos. Sus obras encontraron mejor aceptación en Francia, donde influyeron considerablemente en los pintores de la escuela de Barbizon, y más tarde en los impresionistas. La muerte de su esposa supuso un duro golpe para el artista y se tradujo en un sensible oscurecimiento de la paleta en las obras de sus últimos años.
El mérito de Constable reside en haber rechazado los paisajes idealizados típicos de la época para copiar del natural, lo cual no era nada corriente por entonces. Solía realizar, al aire libre, bocetos al óleo de sus paisajes preferidos, que luego remataba con un cuidado trabajo de taller. El copiar del natural le permitió captar los efectos cambiantes de la luz y la atmósfera de una forma totalmente innovadora.