Considerado el paradigma del homo universalis, del sabio renacentista versado en todos los ámbitos del conocimiento humano, Leonardo da Vinci (1452-1519) incursionó en campos tan variados como la aerodinámica, la hidráulica, la anatomía, la botánica, la pintura, la escultura y la arquitectura, entre otros. Sus investigaciones científicas fueron, en gran medida, olvidadas y minusvaloradas por sus contemporáneos; su producción pictórica, en cambio, fue de inmediato reconocida como la de un maestro capaz de materializar el ideal de belleza en obras de turbadora sugestión y delicada poesía.
En el plano artístico, Leonardo conforma, junto con Miguel Ángel y Rafael, la tríada de los grandes maestros del Cinquecento, y, pese a la parquedad de su obra, la historia de la pintura lo cuenta entre sus mayores genios. Por los demás, es posible que de la poderosa fascinación que suscitan sus obras maestras (con La Gioconda a la cabeza) proceda aquella otra fascinación en torno a su figura que no ha cesado de crecer con los siglos, alimentada por los múltiples enigmas que envuelven su biografía, algunos de ellos triviales, como la escritura de derecha a izquierda, y otros ciertamente inquietantes, como aquellas visionarias invenciones cinco siglos adelantadas a su tiempo.
Juventud y descubrimientos técnicos
Leonardo nació en 1452 en la villa toscana de Vinci, hijo natural de una campesina, Caterina (que se casó poco después con un artesano de la región), y de Ser Piero, un rico notario florentino. Italia era entonces un mosaico de ciudades-estado como Florencia, pequeñas repúblicas como Venecia y feudos bajo el poder de los príncipes o el papa. El Imperio romano de Oriente cayó en 1453 ante los turcos y apenas sobrevivía aún, muy reducido, el Sacro Imperio Romano Germánico; era una época violenta en la que, sin embargo, el esplendor de las cortes no tenía límites.
A pesar de que su padre se casaría cuatro veces, sólo tuvo hijos (once en total, con los que Leonardo entablaría pleitos por la herencia paterna) en sus dos últimos matrimonios, por lo que el pequeño Leonardo se crió como hijo único. Su enorme curiosidad se manifestó tempranamente: ya en la infancia dibujaba animales mitológicos de su propia invención, inspirados en una profunda observación del entorno natural en el que creció. Giorgio Vasari, su primer biógrafo, relata cómo el genio de Leonardo, siendo aún un niño, creó un escudo de Medusa con dragones que aterrorizó a su padre cuando se topó con él por sorpresa.
Consciente del talento de su hijo, su padre le permitió ingresar como aprendiz en el taller de Andrea del Verrocchio. A lo largo de los seis años que el gremio de pintores prescribía como instrucción antes de ser reconocido como artista libre, Leonardo aprendió pintura, escultura y técnicas y mecánicas de la creación artística. El primer trabajo suyo del que se tiene certera noticia fue la construcción de la esfera de cobre proyectada por Brunelleschi para coronar la iglesia de Santa Maria dei Fiori. Junto al taller de Verrocchio, además, se encontraba el de Antonio Pollaiuolo, en donde Leonardo hizo sus primeros estudios de anatomía y, quizá, se inició también en el conocimiento del latín y el griego.
Joven agraciado y vigoroso, Leonardo había heredado la fuerza física de la estirpe de su padre; es muy probable que fuera el modelo para la cabeza de San Miguel en el cuadro de Verrocchio Tobías y el ángel, de finos y bellos rasgos. Por lo demás, su gran imaginación creativa y la temprana pericia de su pincel no tardaron en superar a las de su maestro. En el Bautismo de Cristo, por ejemplo, los inspirados ángeles pintados por Leonardo contrastan con la brusquedad del Bautista hecho por Verrocchio.
El joven discípulo utilizaba allí por vez primera una novedosa técnica recién llegada de los Países Bajos: la pintura al óleo, que permitía una mayor blandura en el trazo y una más profunda penetración en la tela. Además de los extraordinarios dibujos y de la participación virtuosa en otros cuadros de su maestro, sus grandes obras de este período son un San Jerónimo y el gran panel La adoración de los Magos (ambos inconclusos), notables por el innovador dinamismo otorgado por la destreza en los contrastes de rasgos, en la composición geométrica de la escena y en el extraordinario manejo de la técnica del claroscuro.
Florencia era entonces una de las ciudades más ricas de Europa; las numerosas tejedurías y los talleres de manufacturas de sedas y brocados de oriente y de lanas de occidente la convertían en el gran centro comercial de la península itálica; allí los Médicis habían establecido una corte cuyo esplendor debía no poco a los artistas con que contaba. Pero cuando el joven Leonardo comprobó que no conseguía de Lorenzo el Magnífico más que alabanzas a sus virtudes de buen cortesano, a sus treinta años decidió buscar un horizonte más prospero.
Primer período milanés (1482-1499)
En 1482 se presentó ante el poderoso Ludovico Sforza, el hombre fuerte de Milán, en cuya corte se quedaría diecisiete años como «pictor et ingenierius ducalis». Aunque su ocupación principal era la de ingeniero militar, sus proyectos (casi todos irrealizados) abarcaron la hidráulica, la mecánica (con innovadores sistemas de palancas para multiplicar la fuerza humana) y la arquitectura, además de la pintura y la escultura. Fue su período de pleno desarrollo; siguiendo las bases matemáticas fijadas por Leon Battista Alberti y Piero della Francesca, Leonardo comenzó sus apuntes para la formulación de una ciencia de la pintura, al tiempo que se ejercitaba en la ejecución y fabricación de laúdes.
Estimulado por la dramática peste que asoló Milán y cuya causa veía Leonardo en el hacinamiento y suciedad de la ciudad, proyectó espaciosas villas, hizo planos para canalizaciones de ríos e ingeniosos sistemas de defensa ante la artillería enemiga. Habiendo recibido de Ludovico el encargo de crear una monumental estatua ecuestre en honor de Francesco, el fundador de la dinastía Sforza, Leonardo trabajó durante dieciséis años en el proyecto del «gran caballo», que no se concretaría más que en un modelo en barro, destruido poco después durante una batalla.
Resultó sobre todo fecunda su amistad con el matemático Luca Pacioli, fraile franciscano que hacia 1496 concluyó su tratado De la divina proporción, ilustrado por Leonardo. Ponderando la vista como el instrumento de conocimiento más certero con que cuenta el ser humano, Leonardo sostuvo que a través de una atenta observación debían reconocerse los objetos en su forma y estructura para describirlos en la pintura de la manera más exacta. De este modo el dibujo se convertía en el instrumento fundamental de su método didáctico, al punto que podía decirse que en sus apuntes el texto estaba para explicar el dibujo, y no al revés, razón por la que Leonardo da Vinci ha sido reconocido como el creador de la moderna ilustración científica.
El ideal del saper vedere guió todos sus estudios, que en la década de 1490 comenzaron a perfilarse como una serie de tratados inconclusos que serían luego recopilados en el Codex Atlanticus, así llamado por su gran tamaño. Incluye trabajos sobre pintura, arquitectura, mecánica, anatomía, geografía, botánica, hidráulica y aerodinámica, fundiendo arte y ciencia en una cosmología individual que da, además, una vía de salida para un debate estético que se encontraba anclado en un más bien estéril neoplatonismo.
Aunque no parece que Leonardo se preocupara demasiado por formar su propia escuela, en su taller milanés se creó poco a poco un grupo de fieles aprendices y alumnos: Giovanni Boltraffio, Ambrogio de Predis, Andrea Solari y su inseparable Salai, entre otros; los estudiosos no se han puesto de acuerdo aún acerca de la exacta atribución de algunas obras de este período, tales como la Madona Litta o el retrato de Lucrezia Crivelli.
Contratado en 1483 por la hermandad de la Inmaculada Concepción para realizar una pintura para la iglesia de San Francisco, Leonardo emprendió la realización de lo que sería la celebérrima Virgen de las Rocas, cuyo resultado final, en dos versiones, no estaría listo a los ocho meses que marcaba el contrato, sino veinte años más tarde. En ambas versiones la estructura triangular de la composición, la gracia de las figuras y el brillante uso del famoso sfumato para realzar el sentido visionario de la escena supusieron una revolución estética para sus contemporáneos.
A este mismo período pertenecen el retrato de Ginevra de Benci (1475-1478), con su innovadora relación de proximidad y distancia, y la belleza expresiva de La belle Ferronnière. Pero hacia 1498 Leonardo finalizaba una pintura mural, en principio un encargo modesto para el refectorio del convento dominico de Santa Maria dalle Grazie, que se convertiría en su definitiva consagración pictórica: La Última Cena. Necesitamos hoy un esfuerzo para comprender su esplendor original, ya que se deterioró rápidamente y fue mal restaurada muchas veces. La genial captación plástica del dramático momento en que Cristo dice a los apóstoles «uno de vosotros me traicionará» otorga a la escena una unidad psicológica y una dinámica aprehensión del momento fugaz de sorpresa de los comensales (del que sólo Judas queda excluido). El mural se convirtió no sólo en un celebrado icono cristiano, sino también en un objeto de peregrinación para artistas de todo el continente.
El regreso a Florencia
A finales de 1499 los franceses entraron en Milán; Ludovico el Moro perdió el poder. Leonardo abandonó la ciudad acompañado de Pacioli y, tras una breve estancia en Mantua, en casa de su admiradora la marquesa Isabel de Este, llegó a Venecia. Acosada por los turcos, que ya dominaban la costa dálmata y amenazaban con tomar el Friuli, la Signoria de Venecia contrató a Leonardo como ingeniero militar.
En pocas semanas proyectó una cantidad de artefactos cuya realización concreta no se haría sino, en muchos casos, hasta los siglos XIX o XX: desde una suerte de submarino individual, con un tubo de cuero para tomar aire destinado a unos soldados que, armados con taladro, atacarían a las embarcaciones por debajo, hasta grandes piezas de artillería con proyectiles de acción retardada y barcos con doble pared para resistir las embestidas. Los costes desorbitados, la falta de tiempo y, quizá, las pretensiones de Leonardo en el reparto del botín, excesivas para los venecianos, hicieron que las geniales ideas no pasaran de bocetos. En abril de 1500, tras casi veinte años de ausencia, Leonardo da Vinci regresó a Florencia.
Dominaba entonces la ciudad César Borgia, hijo del papa Alejandro VI. Descrito por el propio Maquiavelo como «modelo insuperable» de intrigador político y déspota, este hombre ambicioso y temido se estaba preparando para lanzarse a la conquista de nuevos territorios. Leonardo, nuevamente como ingeniero militar, recorrió los territorios del norte, trazando mapas, calculando distancias precisas y proyectando puentes y nuevas armas de artillería. Pero poco después el condottiero cayó en desgracia: sus capitanes se sublevaron, su padre fue envenenado y él mismo cayó gravemente enfermo. En 1503 Leonardo volvió a Florencia, que por entonces se encontraba en guerra con Pisa, y concibió allí su genial proyecto de desviar el río Arno por detrás de la ciudad enemiga para cercarla, contemplando además la construcción de un canal como vía navegable que comunicase Florencia con el mar. El proyecto sólo se concretó en los extraordinarios mapas de su autor.
Pero Leonardo ya era reconocido como uno de los mayores maestros de Italia. En 1501 había trazado un boceto de su Santa Ana, la Virgen y el Niño, que trasladaría al lienzo a finales de la década. En 1503 recibió el encargo de pintar un gran mural (el doble del tamaño de La Última Cena) en el palacio Viejo: la nobleza florentina quería inmortalizar algunas escenas históricas de su gloria. Leonardo trabajó tres años en La batalla de Anghiari, que quedaría inconclusa y sería luego desprendida por su deterioro. Pese a la pérdida, circularon bocetos y copias que admirarían a Rafael e inspirarían, un siglo más tarde, una célebre reproducción de Peter Paul Rubens.
También sólo en copias sobrevivió otra gran obra de este periodo: Leda y el cisne. Sin embargo, la cumbre de esta etapa florentina (y una de las pocas obras acabadas por Leonardo) fue el retrato de Mona (abreviatura de Madonna) Lisa Gherardini, esposa de Francesco del Giocondo, razón por la que el cuadro es conocido como La Mona Lisa o La Gioconda. Obra famosa desde el momento de su creación, se convirtió en modelo de retrato y casi nadie escaparía a su influjo en el mundo de la pintura. Como cuadro y como personaje, la mítica Gioconda ha inspirado infinidad de libros y leyendas, y hasta una ópera; pero es poco lo que se conoce a ciencia cierta. Ni siquiera se sabe quién encargó el cuadro, que Leonardo llevaría consigo en su continua peregrinación vital hasta sus últimos años en Francia, donde lo vendió al rey Francisco I por cuatro mil piezas de oro.
Perfeccionando su propio hallazgo del sfumato, llevándolo a una concreción casi milagrosa, Leonardo logró plasmar un gesto entre lo fugaz y lo perenne: la «enigmática sonrisa» de la Gioconda es uno de los capítulos más admirados, comentados e imitados de la historia del arte, y su misterio sigue aún hoy fascinando. Existe la leyenda de que Leonardo promovía ese gesto en su modelo haciendo sonar laúdes mientras ella posaba; el cuadro, que ha atravesado no pocas vicisitudes, ha sido considerado como cumbre y resumen del talento y de la «ciencia pictórica» de su autor.
De nuevo en Milán (1506-1513)
El interés de Leonardo por los estudios científicos era cada vez más intenso. Asistía a disecciones de cadáveres, sobre los que confeccionaba dibujos para describir la estructura y funcionamiento del cuerpo humano; al mismo tiempo hacía sistemáticas observaciones del vuelo de los pájaros (sobre los que planeaba escribir un tratado), con la convicción de que también el hombre podría volar si llegaba a conocer las leyes de la resistencia del aire (algunos apuntes de este período se han visto como claros precursores del moderno helicóptero).
Absorto por estas cavilaciones e inquietudes, Leonardo no dudó en abandonar Florencia cuando en 1506 Charles d'Amboise, gobernador francés de Milán, le ofreció el cargo de arquitecto y pintor de la corte; honrado y admirado por su nuevo patrón, Leonardo da Vinci proyectó para él un castillo y ejecutó bocetos para el oratorio de Santa Maria dalla Fontana, fundado por el mecenas. Su estadía milanesa sólo se interrumpió en el invierno de 1507, cuando colaboró en Florencia con el escultor Giovanni Francesco Rustici en la ejecución de los bronces del baptisterio de la ciudad.
Quizás excesivamente avejentado para los cincuenta años que contaba entonces, su rostro fue tomado por Rafael como modelo del sublime Platón para su obra La escuela de Atenas. Leonardo, en cambio, pintaba poco, dedicándose a recopilar sus escritos y a profundizar en sus estudios: con la idea de tener finalizado para 1510 su tratado de anatomía, trabajaba junto a Marcantonio della Torre, el más célebre anatomista de su tiempo, en la descripción de órganos y el estudio de la fisiología humana.
El ideal leonardesco de la «percepción cosmológica» se manifestaba en múltiples ramas: escribía sobre matemáticas, óptica, mecánica, geología, botánica; su búsqueda tendía hacia el encuentro de leyes, funciones y armonías compatibles para todas estas disciplinas, para la naturaleza como unidad. Paralelamente, a sus antiguos discípulos se sumaron algunos nuevos, entre ellos el joven noble Francesco Melzi, fiel amigo del maestro hasta su muerte. Junto a Ambrogio de Predis, Leonardo culminó hacia 1507 la segunda versión de La Virgen de las Rocas; poco antes, había dejado sin cumplir un encargo del rey de Francia para pintar dos madonnas.
El nuevo hombre fuerte de Milán era entonces Gian Giacomo Trivulzio, quien pretendía retomar para sí el monumental proyecto del «gran caballo», convirtiéndolo en una estatua funeraria para su propia tumba en la capilla de San Nazaro Magiore; pero tampoco esta vez el monumento ecuestre pasó de los bocetos, lo que supuso para Leonardo su segunda frustración como escultor. En 1513 una nueva situación de inestabilidad política lo empujó a abandonar Milán; junto a Melzi y Salai marchó a Roma, donde se albergó en el belvedere de Giuliano de Médicis, hermano del nuevo papa León X.
Últimos años: Roma y Francia
En el Vaticano vivió una etapa de tranquilidad, con un sueldo digno y sin grandes obligaciones: dibujó mapas, estudió antiguos monumentos romanos, proyectó una gran residencia para los Médicis en Florencia y, además, reanudó su estrecha amistad con el gran arquitecto Donato Bramante, hasta el fallecimiento de éste en 1514. Pero en 1516, muerto su protector Giuliano de Médicis, Leonardo dejó Italia definitivamente para pasar los tres últimos años de su vida en el palacio de Cloux como «primer pintor, arquitecto y mecánico del rey».
El gran respeto que le dispensó Francisco I hizo que Leonardo pasase esta última etapa de su vida más bien como un miembro de la nobleza que como un empleado de la casa real. Fatigado y concentrado en la redacción de sus últimas páginas para el nunca concluido Tratado de la pintura, cultivó más la teoría que la práctica, aunque todavía ejecutó extraordinarios dibujos sobre temas bíblicos y apocalípticos. Alcanzó a completar el ambiguo San Juan Bautista, un andrógino duende que desborda gracia, sensualidad y misterio; de hecho, sus discípulos lo imitarían poco después convirtiéndolo en un pagano Baco, que hoy puede verse en el Louvre de París.
A partir de 1517 su salud, hasta entonces inquebrantable, comenzó a desmejorar. Su brazo derecho quedó paralizado; pero, con su incansable mano izquierda, Leonardo aún hizo bocetos de proyectos urbanísticos, de drenajes de ríos y hasta decorados para las fiestas palaciegas. Convertida en una especie de museo, su casa de Amboise estaba repleta de los papeles y apuntes que contenían las ideas de este hombre excepcional, muchas de las cuales deberían esperar siglos para demostrar su factibilidad y aun su necesidad; llegó incluso, en esta época, a concebir la idea de hacer casas prefabricadas. Sólo por las tres telas que eligió para que lo acompañasen en su última etapa (San Juan Bautista, La Gioconda y Santa Ana, la Virgen y el Niño) puede decirse que Leonardo poseía entonces uno de los grandes tesoros de su tiempo.
El 2 de mayo de 1519 murió en Cloux; su testamento legaba a Melzi todos sus libros, manuscritos y dibujos, que el discípulo se encargó de retornar a Italia. Como suele suceder con los grandes genios, se han tejido en torno a su muerte algunas leyendas; una de ellas, inspirada por Vasari, pretende que Leonardo, arrepentido de no haber llevado una existencia regida por las leyes de la Iglesia, se confesó largamente y, con sus últimas fuerzas, se incorporó del lecho mortuorio para recibir, antes de expirar, los sacramentos.
Su obra:
El arte renacentista tuvo su culminación en la obra de tres grandes maestros: Leonardo da Vinci, Miguel Ángel y Rafael. Aunque pertenece cronológicamente al siglo XV (en 1500 ya había realizado la mayor parte de su obra, síntesis y superación de todos los hallazgos del siglo anterior), el espíritu de Leonardo da Vinci se proyecta sobre el siglo siguiente, hasta el punto de que puede ser considerado el primer gran pintor del Cinquecento y el formulador de los principios del Renacimiento clásico.
La personalidad polifacética de Leonardo es encarnación ejemplar y suprema de la universalidad del genio, capaz de dominar todas las ciencias y de abarcar todos los conocimientos. Su talento fue tan absoluto y ambicioso como disperso y mudable: dejó sin concluir gran parte de sus proyectos y su producción fue escasa. Aunque se ocupó ampliamente de la arquitectura, no construyó ningún edificio; tampoco quedan muestras de su escultura, y disponemos de poco más de una docena de sus pinturas, varias de ellas inacabadas. Pero la significación de Leonardo da Vinci en el mundo de las artes trasciende los aspectos cuantitativos y se explica tanto por la alta calidad de sus realizaciones como por la abundancia y riqueza de sus ideas.
En pintura, Leonardo mejoró notablemente la representación y la sugestión de profundidad por medio del sfumato, degradación de valores que modela suavemente las formas y traduce al plano bidimensional los volúmenes situados en el espacio. Muy alejado, por otra parte, del deseo de lograr efectos ilusionistas, el arte de Leonardo, intelectual y tierno, es un compendio y al mismo tiempo una obertura.
El esfuerzo de Giotto por escapar al espacio cerrado del arte medieval, los fundamentos de la perspectiva renacentista, la ciencia de la forma y la transcripción revolucionaria del espacio en los primeros renacentistas florentinos, la singularidad misma de Fra Angelico y la pureza del trazo de Pisanello; en fin, la representación de la individualidad en un retratista como Antonello de Messina, todos estos hallazgos parecen haber sido asimilados, redefinidos y superados por Leonardo de Vinci, en una obra planteada a partir del análisis científico y puesta bajo el signo del número, de la solidez escultórica y de la estructura densa, pero llena también de una poesía secreta y de un simbolismo psicológico turbador.
Formación
A los diecisiete años ingresó en el taller de Andrea del Verrocchio, junto al que permaneció hasta 1476, aun cuando ya en 1470 figuraba inscrito en el registro de los pintores florentinos. Según una tradición que se remonta a los primeros años del siglo XV, el joven artista colaboró con el maestro en la tabla del Bautismo de Cristo(Galería de los Uffizi, Florencia), incluyendo los dos ángeles de la izquierda, que se inspiran en la gracia sensitiva de un Lippi o un Botticelli, y parte del paisaje nebuloso y mórbido del fondo.
Los primeros trabajos de Leonardo manifiestan un formalismo impecable. En el taller de Verrocchio pintó hacia 1475 la Anunciación (Galería de los Uffizi, Florencia) para el convento de San Bartolomeo di Monteoliveto, cerca de Florencia. La principesca Virgen, el prado lleno de flores, los árboles netamente recortados contra el cielo luminoso, la perspectiva lineal del edificio, la minuciosidad de los detalles y la sencilla composición demuestran que el autor ha asimilado a la perfección la estética florentina del momento. Una lección similar se desprende del retrato de Ginevra Benci (National Gallery of Art, Washington), pintado hacia 1478.
El interés de Leonardo por los estudios científicos era cada vez más intenso. Asistía a disecciones de cadáveres, sobre los que confeccionaba dibujos para describir la estructura y funcionamiento del cuerpo humano; al mismo tiempo hacía sistemáticas observaciones del vuelo de los pájaros (sobre los que planeaba escribir un tratado), con la convicción de que también el hombre podría volar si llegaba a conocer las leyes de la resistencia del aire (algunos apuntes de este período se han visto como claros precursores del moderno helicóptero).
Absorto por estas cavilaciones e inquietudes, Leonardo no dudó en abandonar Florencia cuando en 1506 Charles d'Amboise, gobernador francés de Milán, le ofreció el cargo de arquitecto y pintor de la corte; honrado y admirado por su nuevo patrón, Leonardo da Vinci proyectó para él un castillo y ejecutó bocetos para el oratorio de Santa Maria dalla Fontana, fundado por el mecenas. Su estadía milanesa sólo se interrumpió en el invierno de 1507, cuando colaboró en Florencia con el escultor Giovanni Francesco Rustici en la ejecución de los bronces del baptisterio de la ciudad.
Quizás excesivamente avejentado para los cincuenta años que contaba entonces, su rostro fue tomado por Rafael como modelo del sublime Platón para su obra La escuela de Atenas. Leonardo, en cambio, pintaba poco, dedicándose a recopilar sus escritos y a profundizar en sus estudios: con la idea de tener finalizado para 1510 su tratado de anatomía, trabajaba junto a Marcantonio della Torre, el más célebre anatomista de su tiempo, en la descripción de órganos y el estudio de la fisiología humana.
El ideal leonardesco de la «percepción cosmológica» se manifestaba en múltiples ramas: escribía sobre matemáticas, óptica, mecánica, geología, botánica; su búsqueda tendía hacia el encuentro de leyes, funciones y armonías compatibles para todas estas disciplinas, para la naturaleza como unidad. Paralelamente, a sus antiguos discípulos se sumaron algunos nuevos, entre ellos el joven noble Francesco Melzi, fiel amigo del maestro hasta su muerte. Junto a Ambrogio de Predis, Leonardo culminó hacia 1507 la segunda versión de La Virgen de las Rocas; poco antes, había dejado sin cumplir un encargo del rey de Francia para pintar dos madonnas.
El nuevo hombre fuerte de Milán era entonces Gian Giacomo Trivulzio, quien pretendía retomar para sí el monumental proyecto del «gran caballo», convirtiéndolo en una estatua funeraria para su propia tumba en la capilla de San Nazaro Magiore; pero tampoco esta vez el monumento ecuestre pasó de los bocetos, lo que supuso para Leonardo su segunda frustración como escultor. En 1513 una nueva situación de inestabilidad política lo empujó a abandonar Milán; junto a Melzi y Salai marchó a Roma, donde se albergó en el belvedere de Giuliano de Médicis, hermano del nuevo papa León X.
Últimos años: Roma y Francia
En el Vaticano vivió una etapa de tranquilidad, con un sueldo digno y sin grandes obligaciones: dibujó mapas, estudió antiguos monumentos romanos, proyectó una gran residencia para los Médicis en Florencia y, además, reanudó su estrecha amistad con el gran arquitecto Donato Bramante, hasta el fallecimiento de éste en 1514. Pero en 1516, muerto su protector Giuliano de Médicis, Leonardo dejó Italia definitivamente para pasar los tres últimos años de su vida en el palacio de Cloux como «primer pintor, arquitecto y mecánico del rey».
El gran respeto que le dispensó Francisco I hizo que Leonardo pasase esta última etapa de su vida más bien como un miembro de la nobleza que como un empleado de la casa real. Fatigado y concentrado en la redacción de sus últimas páginas para el nunca concluido Tratado de la pintura, cultivó más la teoría que la práctica, aunque todavía ejecutó extraordinarios dibujos sobre temas bíblicos y apocalípticos. Alcanzó a completar el ambiguo San Juan Bautista, un andrógino duende que desborda gracia, sensualidad y misterio; de hecho, sus discípulos lo imitarían poco después convirtiéndolo en un pagano Baco, que hoy puede verse en el Louvre de París.
A partir de 1517 su salud, hasta entonces inquebrantable, comenzó a desmejorar. Su brazo derecho quedó paralizado; pero, con su incansable mano izquierda, Leonardo aún hizo bocetos de proyectos urbanísticos, de drenajes de ríos y hasta decorados para las fiestas palaciegas. Convertida en una especie de museo, su casa de Amboise estaba repleta de los papeles y apuntes que contenían las ideas de este hombre excepcional, muchas de las cuales deberían esperar siglos para demostrar su factibilidad y aun su necesidad; llegó incluso, en esta época, a concebir la idea de hacer casas prefabricadas. Sólo por las tres telas que eligió para que lo acompañasen en su última etapa (San Juan Bautista, La Gioconda y Santa Ana, la Virgen y el Niño) puede decirse que Leonardo poseía entonces uno de los grandes tesoros de su tiempo.
El 2 de mayo de 1519 murió en Cloux; su testamento legaba a Melzi todos sus libros, manuscritos y dibujos, que el discípulo se encargó de retornar a Italia. Como suele suceder con los grandes genios, se han tejido en torno a su muerte algunas leyendas; una de ellas, inspirada por Vasari, pretende que Leonardo, arrepentido de no haber llevado una existencia regida por las leyes de la Iglesia, se confesó largamente y, con sus últimas fuerzas, se incorporó del lecho mortuorio para recibir, antes de expirar, los sacramentos.
Su obra:
El arte renacentista tuvo su culminación en la obra de tres grandes maestros: Leonardo da Vinci, Miguel Ángel y Rafael. Aunque pertenece cronológicamente al siglo XV (en 1500 ya había realizado la mayor parte de su obra, síntesis y superación de todos los hallazgos del siglo anterior), el espíritu de Leonardo da Vinci se proyecta sobre el siglo siguiente, hasta el punto de que puede ser considerado el primer gran pintor del Cinquecento y el formulador de los principios del Renacimiento clásico.
La personalidad polifacética de Leonardo es encarnación ejemplar y suprema de la universalidad del genio, capaz de dominar todas las ciencias y de abarcar todos los conocimientos. Su talento fue tan absoluto y ambicioso como disperso y mudable: dejó sin concluir gran parte de sus proyectos y su producción fue escasa. Aunque se ocupó ampliamente de la arquitectura, no construyó ningún edificio; tampoco quedan muestras de su escultura, y disponemos de poco más de una docena de sus pinturas, varias de ellas inacabadas. Pero la significación de Leonardo da Vinci en el mundo de las artes trasciende los aspectos cuantitativos y se explica tanto por la alta calidad de sus realizaciones como por la abundancia y riqueza de sus ideas.
Supuesto autorretrato de Leonardo
El esfuerzo de Giotto por escapar al espacio cerrado del arte medieval, los fundamentos de la perspectiva renacentista, la ciencia de la forma y la transcripción revolucionaria del espacio en los primeros renacentistas florentinos, la singularidad misma de Fra Angelico y la pureza del trazo de Pisanello; en fin, la representación de la individualidad en un retratista como Antonello de Messina, todos estos hallazgos parecen haber sido asimilados, redefinidos y superados por Leonardo de Vinci, en una obra planteada a partir del análisis científico y puesta bajo el signo del número, de la solidez escultórica y de la estructura densa, pero llena también de una poesía secreta y de un simbolismo psicológico turbador.
Formación
A los diecisiete años ingresó en el taller de Andrea del Verrocchio, junto al que permaneció hasta 1476, aun cuando ya en 1470 figuraba inscrito en el registro de los pintores florentinos. Según una tradición que se remonta a los primeros años del siglo XV, el joven artista colaboró con el maestro en la tabla del Bautismo de Cristo(Galería de los Uffizi, Florencia), incluyendo los dos ángeles de la izquierda, que se inspiran en la gracia sensitiva de un Lippi o un Botticelli, y parte del paisaje nebuloso y mórbido del fondo.
Los primeros trabajos de Leonardo manifiestan un formalismo impecable. En el taller de Verrocchio pintó hacia 1475 la Anunciación (Galería de los Uffizi, Florencia) para el convento de San Bartolomeo di Monteoliveto, cerca de Florencia. La principesca Virgen, el prado lleno de flores, los árboles netamente recortados contra el cielo luminoso, la perspectiva lineal del edificio, la minuciosidad de los detalles y la sencilla composición demuestran que el autor ha asimilado a la perfección la estética florentina del momento. Una lección similar se desprende del retrato de Ginevra Benci (National Gallery of Art, Washington), pintado hacia 1478.
Anunciación (c. 1475)
En las dos obras siguientes, ambas inacabadas, comienzan a despuntar nuevos datos. Leonardo era un maestro independiente y había alcanzado cierta fama cuando le fue encomendada en 1481 una gran tabla con la Adoración de los Magos(Galería de los Uffizi, Florencia) para el convento de San Donato en Scopeto, cerca de Florencia. Nunca fue terminada, pero en los numerosos bocetos preparatorios que han llegado hasta nosotros aparece, por primera vez, un tipo de composición compleja, abundante en detalles y, sin embargo, clarificada a partir de un módulo geométrico formado por la convergencia de las principales figuras hacia la Virgen, cuya cabeza constituye el vértice de una pirámide ideal.
Esta tendencia a unificar y enlazar los más variados elementos de la composición, característica en Leonardo, alcanzará gran fortuna en el siglo siguiente, a partir de Rafael. También en el dramático San Jerónimo (hacia 1481, Museos Vaticanos, Roma), abandonado cuando el artista partió para Milán, es notable la calidad expresiva de la fisonomía, e incluso tratándose de un boceto se aprecia una nueva elaboración de los matices del claroscuro, origen del célebre sfumato leonardesco.
Primera estancia en Milán (1482-1499)
En 1482 Leonardo dirigía una carta al duque de Milán, Ludovico Sforza, para ofrecerle sus servicios como ingeniero militar y civil, arquitecto y experto en hidráulica, y sólo en segundo término como pintor y escultor, proclamando de tal modo la universalidad del propio genio. De hecho, esta primera etapa milanesa manifiesta su apertura al mundo y a la ciencia en todas sus facetas. Se sumerge en el entorno cortesano de Ludovico y su amante Cecilia Gallerani, participa activamente en sus fiestas, compone jeroglíficos galantes y dialoga con poetas y músicos. Sus debates con Donato Bramante, con el matemático Luca Pacioli y con los ingenieros y técnicos lombardos le permiten desarrollar y afianzar los conocimientos adquiridos en Florencia.
Las cuestiones de arquitectura van a ocuparle intensamente a partir de ese momento. Si bien no realizó ningún edificio en concreto, recogió exhaustivamente los grandes temas constructivos de su tiempo en numerosos estudios, cuadernos y hojas sueltas, abarcando por medio de precisos dibujos y bocetos aspectos de urbanismo, fortificaciones, arquitectura religiosa y civil y teoría de las formas y las estructuras. Los llamados manuscritos A y B (Biblioteca Nacional, París) y los códicesAtlanticus (Pinacoteca Ambrosiana, Milán) y Arundel (British Library, Londres), entre otros, son trabajos preliminares para un tratado sistemático de arquitectura que nunca concluyó.
El resultado fue un catálogo de composiciones que incluye desde los sencillos edificios del primer Renacimiento hasta las complejas formas del Renacimiento pleno, salpicado de variaciones personales, audaces y brillantes en las que Leonardo se revela precursor del Cinquecento. Los diecisiete años que permaneció en Milán en estrecho contacto con Bramante fueron decisivos para ambos y, en parte, explican los profundos cambios que experimenta el estilo de Bramante entre su etapa milanesa y (después de 1500) sus trabajos en Roma.
Tampoco el mundo de la escultura le fue ajeno. En su juventud había modelado en el taller de Verrocchio cabezas de mujeres y niños con delicados rizos y expresión risueña, en la orientación de Desiderio da Settignano. Ahora le va a ocupar un tema que ya aparecía al fondo de la inacabada Adoración de los Magos: el de los caballos en actividad. Ludovico Sforza le pasó el encargo de hacer la estatua ecuestre de Francesco Sforza, su padre, inicialmente encomendado a Antonio Pollaiuolo. En 1489 Leonardo había comenzado los dibujos preparatorios de un caballo colosal de bronce que debía medir casi siete metros, y en 1493 había terminado un modelo en barro de la montura sin jinete, que no llegó a fundirse debido a la caída de Ludovico Sforza en 1499. Las tropas francesas de Luis XII decidieron emplear aquel enorme bulto como blanco y lo destruyeron por completo. Cuando, más adelante, Leonardo tenga la posibilidad de reiniciar un monumento semejante, las circunstancias políticas volverán a truncar su ambicioso proyecto.
Respecto a la pintura, la primera obra realizada por el artista tras establecerse en Milán es La Virgen de las Rocas (Museo del Louvre, París), comenzada en 1483 para la iglesia de San Francesco Grande. De este cuadro haría una réplica hacia 1507 que hoy se encuentra en la National Gallery de Londres, realizada en parte por Ambrogio de Predis bajo su dirección. La Virgen de las Rocas recupera del San Jerónimo de los Museos Vaticanos el escenario de peñascos, pero fantásticamente ampliado y enriquecido con precisos estudios geológicos y botánicos, al tiempo que desarrolla una sabia gradación luminosa y una compleja estructura espacial.
La Última Cena (1498)
Entre 1495 y 1498 pintó sobre una pared del refectorio de Santa Maria delle GrazieLa Última Cena, su más vasta empresa pictórica y una de las más célebres obras de toda la historia del arte. A fin de trabajar con mayor comodidad escogió, en lugar de la tradicional técnica del fresco (que obliga a pintar con rapidez sobre el enlucido aún húmedo y no consiente arrepentimientos), la del temple con una preparación en dos capas, pero el experimento no tuvo éxito y la superficie pictórica sufrió un gravísimo deterioro que ninguna restauración posterior ha logrado enmendar.
El tema de la composición es el momento en que Jesús anuncia que uno de los apóstoles lo ha traicionado, lo cual provoca en cada uno de ellos sentimientos de ansia, rabia o consternación; se introduce así una fuerte carga emotiva en un espacio perfectamente ordenado y simétrico en el que la figura de Cristo, único personaje sereno, ocupa el punto de fuga. Además de estas dos grandes obras cabe mencionar los retratos La dama del armiño (Museo Czartoryski, Cracovia), que representa a Cecilia Gallerani, y el apócrifo La belle ferronnière (Museo del Louvre, París), pintura de taller que ha sido atribuida a su discípulo Boltraffio.
La dama del armiño (c. 1490)
Ambas están fechadas en este período milanés, durante el cual el artista busca fundamentos teóricos para su doctrina artística. Para Leonardo la pintura no era solamente un arte, o el arte por excelencia, sino la ciencia primordial de la naturaleza, fundamento y principio del conocimiento del universo, y exige por ello amplios saberes de mecánica, anatomía, física, óptica, matemáticas o botánica. Penetrando "con sottile invenzione" en las leyes de lo creado, la mente del pintor se transmuta en la propia naturaleza y adquiere competencias cercanas a la divinidad. De ahí que Leonardo acometa un enorme trabajo de investigación que preveía dar a conocer periódicamente. Pero sus hallazgos y sus tesis siguieron ocultos hasta la publicación de sus manuscritos; su Tratado de la pintura no apareció hasta 1651.
En Florencia (1499-1506)
Tras la caída de Ludovico, Leonardo ya era célebre en toda Italia. Regresó a Florencia después de pasar brevemente por Mantua y por Venecia. Isabel de Este le encargó en Mantua su retrato, del que sólo hizo un boceto (Museo del Louvre, París). Continuó con su intensa actividad en los más variados campos y se aplicó al estudio de las matemáticas y a los experimentos de mecánica.
De estas especulaciones le sacó hacia 1504 Piero Soderini, a la sazón gonfalonero de la república, que le encomendó una gran composición histórica para la Sala del Consejo del Palazzo Vecchio, La batalla de Anghiari, que sólo conocemos por la descripción de Giorgio Vasari y por algunos dibujos parciales y copias, una de ellas de Rubens. También en esta obra compleja, que representaba una vertiginosa maraña de hombres y caballos en lucha, fracasó técnicamente Leonardo, al probar una nueva combinación de ceras y óleo que no resistió el paso del tiempo.
Detalle de La Gioconda (c. 1503-1507)
En los mismos años nacía de sus pinceles el más misterioso y fascinante de suscapolavori: el celebérrimo retrato femenino llamado La Gioconda (iniciado hacia 1503), que fue adquirido por Francisco I por cuatro mil ducados de oro y es hoy el más prestigioso tesoro del Louvre. Colocada ante un escenario encantado de valles anegados y picos rocosos pálidos por la bruma, la imagen va más allá de cualquier referencia individual, sin importar cuál es el personaje representado (la opinión más difundida es que se trata de Lisa Gherardini, mujer del florentino Francesco del Giocondo), en cuanto que parece expresarse en ella la más secreta e inviolable esencia de la feminidad. Nunca la pintura había alcanzado tanta sutileza en el modelado ni tanta calidad de tonos, gracias a ese claroscuro de transición gradual y casi imperceptible que conocemos con el término de sfumato, mediante el cual los contornos se difuminan y funden con la masa plástica como en nimbos de humo.
Últimos años (1506-1519)
En 1506 Leonardo vuelve a Milán, donde permanecerá hasta 1513. Se pone al servicio de Carlos de Amboise, representante del rey de Francia, y tiene la oportunidad de dedicarse de nuevo a un monumento ecuestre, esta vez en honor del jefe de la facción francesa de Milán, Gian Giacomo Trivulzio. Partiendo del abortado monumento a Sforza, conocemos el proyecto por un dibujo (Royal Library, castillo de Windsor) que muestra un caballo encabritado cuya fundición hubiera sido difícil. En 1513 los franceses sufrieron un revés pasajero, y Leonardo volvió a huir de la capital lombarda precipitadamente, dejando sin concluir una vez más su gran caballo. En Roma, donde el cardenal Giovanni de Médicis (elegido ese año papa con el nombre de León X) le cede unas estancias en el Vaticano, prosigue con sus investigaciones científicas y sus grandiosos proyectos de ingeniería e hidráulica.
A estos años pertenecen también sus últimas pinturas: Santa Ana, la Virgen y el Niño (Museo del Louvre, París) procede de un admirable carboncillo realizado en torno a 1501 para los Servitas de Florencia, hoy en la National Gallery londinense. María, sentada sobre las rodillas de Santa Ana, intenta atraer hacia sí al pequeño Jesús, el cual sujeta a un cordero, símbolo de la futura Pasión. En el esquema claramente piramidal donde se insertan las tres figuras se desarrolla una dialéctica de formas según la cual a un movimiento y una dirección dada corresponde otro en dirección opuesta, lo que constituye uno de los primeros ejemplos pictóricos de los elaborados grupos en contrapposto que alcanzarán gran predicamento en la pintura y la escultura del siglo XVI.
Santa Ana, la Virgen y el Niño (c. 1510)
En cuanto al San Juan Bautista (Museo del Louvre, París), es una fantasmagórica aparición que emerge de unas sombras cada vez más densas, con lo cual alcanza su mayor intensidad la técnica del sfumato. Además del Baco (Museo del Louvre, París), obra de taller muy alterada posteriormente, hay que mencionar la perdida Leda y el cisne, de la que quedan dibujos preparatorios (Museo Boymans van Beuningen, Rotterdam), así como dos madonas realizadas para Luis XII entre 1506 y 1510 que también han desaparecido. Las enseñanzas que brotaron de la fuente leonardesca fueron de inmenso alcance para toda la pintura del Cinquecento, pero su arte tuvo un eco más inmediato en Lombardía y Piamonte, configurándose una escuela que contó con los nombres de los lombardos Giovanni Antonio Boltraffio, Andrea Solario y Bernardino Luini, y los piamonteses Gaudenzio Ferrari y Sodoma.
En 1516, tras la muerte de su mecenas Giuliano de Médicis, duque de Nemours, el artista aceptó la invitación del más poderoso y generoso de sus admiradores, el rey Francisco I de Francia, y se instaló en el manoir de Clos-Lucé, junto al castillo de Amboise, en el hermosísimo valle del Loira. Allí, principescamente hospedado, quiso continuar infatigablemente estudiando, escribiendo y, sobre todo, contemplando la interminable variedad de la naturaleza y los oscuros confines del cosmos. Realizó estudios arquitectónicos para los castillos reales y probablemente inspiró el complejo diseño del de Chambord, levantado en torno a una escalera de doble giro tan sorprendente e ingeniosa que el castillo parece una monumental carcasa destinada a darle alguna utilidad. Antes de su fin, en 1519, había consignado al margen de uno de sus dibujos: "Mientras creía aprender a vivir, sólo aprendía a morir."
La pintura como ciencia
Cuando se considera a Leonardo con relación a la variedad y complejidad de sus actividades artísticas y científicas, los rasgos que lo definen son su categórico rechazo al principio de autoridad y la afirmación de la experiencia como valor exclusivo. También en su actividad como pintor fue éste su rasgo definitorio. Aprendidos los dos principios básicos de la pintura florentina del Quattrocento, el sistema de representación tridimensional y la valoración de la Antigüedad clásica como maestra, se opone a ellos superándolos y planteando un nuevo sistema de representación. A la construcción geométrica del espacio y la perspectiva lineal conseguida por los quattrocentistas, opone la perspectiva aérea, cuya base se encuentra en sus continuas investigaciones sobre el fenómeno de la luz. Ante la lección de la Antigüedad clásica, reacciona mediante un conocimiento racional, vasto y experimentado, de los fenómenos de la naturaleza.
En el famoso Tratado de la pintura, Leonardo desarrolló la idea de la superioridad de la pintura sobre las otras artes y disciplinas y su capacidad de acercarse con mayor fidelidad a la representación de la realidad, a partir de fundamentos científicos que la llevan a convertirse en un arte liberal. En Leonardo se funden, como en ninguna otra personalidad histórica, la actividad artística y la actividad científica; en cierto modo, ambas actividades entran en fructífera contradicción, unas veces alimentándose y otras contraponiéndose. Para Leonardo da Vinci, la belleza no se aparta de su concepción científica de la naturaleza, ya que, como ella, tiene que ser visible y experimentable. Leonardo, formado en contacto con el núcleo florentino neoplatónico, no abandonó la idea de que la belleza era algo inmaterial, aunque no iba a manifestarse, como intentaba Botticelli, a través de metáforas y apologías, sino mediante una imagen visual directa, búsqueda que ocupa toda la actividad pictórica del artista.
Diseños mecánicos de Leonardo
El sfumato, recurso técnico inventado por Leonardo que consiste en la difuminación de los contornos, se basa en su teoría científica sobre el espesor transparente del aire, que le lleva a la representación atmosférica. Leonardo intuye que la atmósfera no es transparente, sino que tiene color y densidad propias, que cambian por los efectos de la luz; estas propiedades atmosféricas alteran el volumen y el color de los objetos, que se encuentran integrados y unidos al medio en que se ubican. El Quattrocento representaba los objetos partiendo de una visión preconcebida de ellos; Leonardo los representa tal y como los observa en el momento en que van a ser representados, olvidándose de cualquier idea establecida a priori. La técnica delsfumato permite la fusión del objeto con la naturaleza que lo circunda, la unión de la naturaleza humana con la naturaleza cósmica, la consecución de la belleza ideal.
Ciencia, técnica e ingeniería
Junto a su trabajo como pintor, Leonardo sobresalió por sus numerosas investigaciones sobre temas técnicos y científicos: diseño de máquinas voladoras, artefactos bélicos, investigaciones sobre anatomía y arquitectura... Fascinado por el mar (realizó espectaculares dibujos del Diluvio, conservados en el castillo de Windsor), por la posibilidad de surcar los aires y por la belleza del cuerpo humano, estudió el movimiento de las aguas, el vuelo de los pájaros y los misterios de la anatomía, dejando dibujos inmortales (como el Homo ad circulum) en prodigiosos libros cuyas ilustraciones siempre acompañaba con textos escritos al revés, quizás para que, obligado a utilizar un espejo para descifrarlos, su improbable lector fuese necesariamente un hombre amigo de los enigmas.