El joven pintor ya tenía entonces una personalidad claramente definida, como lo demuestran algunas de sus primeras obras, entre ellas el Retablo de san Zeno(Verona) y la Oración en el huerto. En el Retablo de san Zeno, los tres elementos plásticos fundamentales (dibujo, luz y color) están perfectamente definidos, como es habitual en toda la obra de Mantegna; además, los colores son vivos e intensos, destinados a precisar con fuerza el volumen de las figuras.
Aún más famosa es la Oración en el huerto, sobre todo por el escorzo de la figura situada en primer término (Mantegna ha pasado a la historia del arte, en gran parte, por sus magistrales escorzos), y también por el magnífico empleo de la perspectiva, insuperable en aquella época. Otra de las características de su estilo, la ubicación de las escenas en el marco de arquitecturas antiguas, alcanza un elevado nivel de perfección en el San Sebastián del Louvre.